Pena
es un sentimiento íntimo y profundo, más o menos desgarrador e intenso, que
implica angustia, pesar, amargura,
aflicción, lástima, tristeza, sufrimiento o dolor. No puede haber más
negatividad en una sola palabra tan escueta.
De
vez en cuando la fatalidad nos golpea con alguna tragedia. Cuando ésta es
colectiva, la sociedad en general y los medios de comunicación en particular,
se vuelcan con el suceso que, dependiendo del número de muertos que arroje o de
las circunstancias truculentas en que suceda, tiene diferente escala de
intensidad dramática. El morbo está asegurado en muchos casos. La distancia a la que situemos el epicentro
del evento también juega su papel. No es lo mismo un Tsunami en Japón aunque
cause 18.500 víctimas que una riada en Valencia donde el agua se lleva un coche
con toda la familia dentro, o el vecino que se tira por la ventana. Otros
aspectos como la reiteración son fundamentales. La repetición del mismo suceso
hace que lamentablemente lo deshumanicemos. Así podemos estar plácidamente
cenando mientras vemos con indiferencia en la tele las masacres de las guerras
en Oriente Medio o en África.
Pena
es la sanción que la Justicia
impone a quien incumple la
Ley. Aquí también opera la gradación en función de la
gravedad del acto, hasta llegar a la mayor obscenidad posible como es la pena
de muerte –asesinato legal hay que decir- que está vigente en veintiún países
como EE.UU., paladín de la democracia y el mayor generador de destrucción y de
pena, fuera de sus fronteras, naturalmente. O en otros como el Estado Español
donde el artículo 15 de su Constitución, actualmente vigente, dice que no, pero
sí. Matar a un ser humano, por mucho que lo autorice la Ley , lo convierte en más
horrendo y cruel que lo que haya podido hacer el reo. Aunque pueda causar
alivio en las familias de las víctimas causa pena inmerecida en las del
ejecutado.
Decimos
que algo vale la pena cuando el resultado es significativamente bueno. Merece
el esfuerzo que se ponga en conseguir el objetivo. Pero, en cualquier caso,
siempre esta pena es un referente de sufrimiento y dolor inicial.
Yo
tengo la duda de si la pena se incrementa o se lleva mejor cuando la
socializamos y es compartida con otras penas, o es distinta cuando la digerimos
en muestra soledad. No sé si causa más pena la muerte de un familiar por gas
sarín o bombardeado desde un portaaviones en un ataque preventivo. No sé si la
pena cambia su intensidad si pierdes un amigo asesinado en un atraco o con una
inyección letal/legal. Tampoco sé si se sufre más o menos si se te muere un
hijo en un accidente individual o en una catástrofe colectiva. En todos los
casos el hecho es el mismo, pero socialmente no se le presta la misma relevancia.
No sé si se puede añadir más dolor al dolor o si éste tiene colores y no quiero
saberlo.
En
definitiva, hablar de pena es hablar de negatividad. ¡Soledad, que pena tienes! ¡Qué pena tan lastimosa! (García Lorca)
Por
quitar la pesadumbre que me ha producido este post, diré que me daría mucha
pena que este blog no merezca la pena porque lo hago de pena.
Tu traes a García Lorca y yo a Miguel Hernandez: Pena con pena y pena desayuno / pena es mi paz y pena mi batalla.
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