No
se, hay personas que nada más mirarlas no te gustan. Tienen un gesto que te
desagrada, malicioso, traidor, mezquino, que, inevitablemente, te hace poner a
la defensiva. De las que sin que abran la boca siquiera, sabes que no traen
nada bueno. A mi me pasa que cuando veo una de estas personas, si su mirada o
su gesto transmiten esa sensación, ya no tiene nada que hacer. No lo puedo
evitar. Me cierro totalmente a cualquier interrelación. Incluso si tengo trato
personal puedo ser cortante y hasta desagradable con ella o crítico con cualquier
cosa que haga o diga si sus actuaciones son públicas. Es la química de la
atracción de la que hablé hace tiempo en este blog.
Supongo
que el gesto no va adherido al cargo o a la fama, sino que viene de fábrica.
Hay políticos de cualquier color que no lo tienen, pero también es cierto que
los que lo tienen son más proclives a dejarse notar en la vida social.
En
mi ciudad dos personas responden a este estereotipo. Bueno hay más, pero quiero
referirme a esas en concreto porque ambas tienen proyección pública y por lo mucho
que les une.
Él
abogado de éxito, Eduardo Ruiz de Erenchun, hijo de una saga familiar con
raigambre en plaza. Profesor de la Universidad del Opus y
autor de diversas publicaciones especializadas. Ha adquirido cierta fama por
llevar algunas defensas mediáticas como la del expresidente del Gobierno en un
caso de choriceo foral, la denuncia de Barcina contra Kontuz por otro del mismo
pelo como fue la compra de locales de la
CAN y la del homicida de Nagore Laffage en sanfermines.
Ella
política, Consejera de Salud del Gobierno de Navarra a día de hoy, Marta Vera,
sin ningún otro mérito que atribuirle que el de ocupar puestos basados en la confianza como por ejemplo en la Cámara de Comercio, o la de
pertenecer a esa tropa de brillantes y expertos economistas
que han llevado a esta sociedad al desastre. Actualmente es más conocida por la
bazofia de la comida hospitalaria, por la desbanda de cargos de su Departamento
y por la derivación a la Sanidad
privada de lo que se puede hacer en la pública. Actividad que forma parte del
sutil y perspicaz método de ocupar cargo público para favorecer economías privadas y que tanto gusta
practicar a neoliberales y aledaños.
Ambos
tienen el mismo gesto, la misma expresión. Es una leve mueca, una falsa sonrisa
que comparten y que intuyes que oculta algo. Será que beben de la misma fuente.
Ambos pertenecen a ese selecto club donde se reparten los mejores trozos del
pastel comunitario. Ambos son matrimonio, canónico o civil, pareja estable o de
hecho, me da igual. Lo que me induce a pensar que la pose se la curran en la
intimidad del domicilio conyugal, seguramente cuando se reúnen por las noches,
después de haber cometido separadamente tropelías varias durante el día, más la
una que el otro. Porque, si no se lo trabajan previamente, es difícil que
salgan en las fotos -siempre por separado- con el mismo careto. O, como decía
al principio, será que estos rasgos vienen con la propia naturaleza y ejercen
una fuerte atracción entre los de su género.
También
cabe que esto del gesto sea como los colores o como los pimientos de Padrón, a unos gustan y a otros non.