El coronavirus ha modificado
sustancialmente nuestros comportamientos y costumbres. Algunos de ellos
provisionalmente, otros con proyección de futuro.
Entre los primeros
destacaría cómo muchas personas han sacado ese policía que llevaban dentro más o
menos larvado. Quizás ya venían apuntando maneras desde cuando la escuela donde
eran el típico chivato. Siempre he odiado a los chivatos, a los acusicas, a los
delatores, a los denunciantes anónimos, a los soplones, a los que señalan con
el dedo. En esta ocasión se ha llegado al insulto desde los balcones a quien
transitaba por la calle, llevara o no motivo bastante para hacerlo. Se ha
prodigado el francotirador con el ojo pegado a la mirilla telescópica y el dedo
en el gatillo, agazapado esperando que pase la presa.
Entre los comportamientos
que se perpetuarán (ahora se dice que han venido para quedarse, no me resisto a
ponerlo), está el tele trabajo. Aparentemente inocuo (¡qué guay!, trabajar sin
salir de casa) pero que presenta desventajas evidentes si no se regula a tiempo.
No todo se puede realizar vía internet por las indiscutibles limitaciones que
tiene por la propia idiosincrasia de algunos trabajos que deben ser
necesariamente presenciales. El Estado Español está a la cola de Europa en esta
forma de trabajar, así que su aumento será exponencial. La pandemia ha sido el
acicate. Facilitará la conciliación familiar, la autonomía tanto en
disponibilidad de tiempo como en organización de tareas.
Pero los peligros que trae
este sistema son ciertos. Fundamentalmente son la desregulación del las
relaciones patrón-trabajador y la desprotección de los derechos de los
trabajadores mediante la reducción de plantillas, lo que avoca a la precariedad,
si no a la explotación. Más horas no pagadas, menor protección social, más
responsabilidad por el resultado del trabajo. El enriquecimiento del contacto y
puesta en común con los compañeros —el trabajo en equipo crea sinergia, cuando
no es directamente imprescindible—, la agilidad en las consultas de apoyo, el
conocerlos personalmente. Sería muy triste conocerlos por pantalla o
simplemente por un código de empleado. La inestabilidad del freelance es evidente.
Otro inconveniente es el aislamiento individual
y la falta de socialización que conlleva. El roce personal, la confidencia, las
celebraciones, son fundamentales para la salud mental, incluso física. Finalmente,
la venta online también se incrementará en detrimento del comercio local, lo
cual será el desastre para la vida social de calle en ciudades y barrios que
los despersonalizará.
Pero, cuidado, no hay que
rechazar este sistema porque el ímpetu de los sistemas tecnológicos de trabajo
evolucionan de manera imparable hacia ello. La cuestión es aprovechar sus
ventajas y regularlo adecuadamente.
Y como esta entrada ha
empezado con el coronavirus y con los cambios de rutinas, hoy me voy a
desmelenar y cambiaré mi costumbre de preservar mi anonimato colgando una foto
del reciente confinamiento. Una foto de frente que representa cómo afronté la
pandemia. Se puede ver pinchando AQUÍ o en la pestaña superior IMÁGENES.