2014-11-21

GRANDE O PEQUEÑO

Grande o pequeño son dos términos totalmente relativos. No se trata de física cuántica ni de la teoría de la relatividad del espacio/tiempo de Einstein. Pero esa relatividad hace que haya que tomarlos en comparación con otros valores. Los conceptos se transforman cuando cambian las referencias.

Un insecto grande siempre (casi) será más pequeño que un mamífero pequeño. Un hurto del mismo importe puede ser grande o pequeño dependiendo de a quién se lo hagan. Incluso no es lo mismo decirle idiota a un amigo que al jefe del estado, sobre todo por el tamaño de las consecuencias. Se dice que el tamaño importa y también se dice lo contrario, incluso ambas cosas a la vez de un mismo objeto: pequeño en tamaño, grande en prestaciones. Ambas resaltadas positivamente.

Estando de acuerdo en la relatividad de los adjetivos y en la ambigüedad de sus dimensiones, llega el concurso de fotografía al que tantas veces me presento y otras tantas –esta vez sí es exactamente igual- no salgo premiado, y ponen como temática mensual de las fotos grande o pequeño.

Me quedo descolocado. Este enunciado permite un punto de vista muy subjetivo. Intuyo que se presentarán las típicas fotos de alguien conteniendo el sol en sus manos o quien sujeta la Torre Inclinada de Pisa o, simplemente, un objeto grande y otro pequeño al lado. Y seguro que habrá quien, con una imaginación más grande que la mía, presente la foto ganadora.
  
Así que opto por presentar una foto que cumple los requisitos y a mi modo ver refleja bien esa indeterminación de conceptos de la que hablo. Las dimensiones son tan cual está tomada de la realidad, sin someterla a manipulación posterior de Photoshop en cuanto a distorsiones o perspectivas, pero al intentar transformarla en blanco y negro, se me ha ido la mano, de ahí las imperfecciones que hace que parezca un montaje.

Como siempre al elegir la foto a presentar he tirado de archivo, así que coinciden  el pequeño esfuerzo realizado con el pequeño fracaso que se avecina, aunque, eso sí, ambos relativos.

La foto se puede ver pinchando en la pestaña superior Imágenes.


  

2014-11-14

EL ARTE DE LA ORATORIA

Ya me has entendido. Es la frase que se escucha cuando pides al interlocutor que repita por no entender lo que ha dicho. Normalmente no es un problema de sordera del receptor ni de voz del emisor -que podría ser- sino de que aquello que te han dicho no cuadra con lo que intuyes o, simplemente, no tiene sentido.

Es posible que de un tiempo aquí tenga cierta obsesión con la forma de comunicar, de expresarme correctamente para que el mensaje se entienda. Puede que este blog haya contribuido a ello o puede que, como cada vez se descuida más el lenguaje oral o escrito, tanto en el fondo como en la forma, esté cansado de realizar el esfuerzo suplementario para seguir con interés una conversación. El resultado suele ser la inhibición.

Hay un juego muy antiguo que consiste en ponerse varias personas en círculo. El primero dice algo al oído al de al lado. Éste, a su vez, lo transmite al siguiente y así sucesivamente hasta terminar en el primero. Lo que oye no se suele parecer en nada con lo que él ha dicho al principio.

En muchas ocasiones hay diferencia entre lo que pensamos y lo que decimos y también entre lo que decimos y lo que los demás interpretan o entienden. Lo que perjudica gravemente la conversación. Finalmente en algunos hay diferencia entre lo que dicen y lo que hacen. Pero esa es otra historia.

La oratoria me parece un deleite en sí misma. Es el arte de hablar con elocuencia. La estética de la retórica. No es fácil pero tampoco hace falta ser un erudito. Me gusta entablar una conversación cualquiera en grupo –el tema es intrascendente- siempre que lo que se diga tenga cierta coherencia. Hay quien confunde retórica con demagogia, lo que directamente arruina el diálogo. Me gustan las conversaciones sosegadas, sin manipuladores, ni histriónicos, ni falseadores de la realidad, ni acaparadores de la conversación. Ya he dicho que no era fácil.

La finalidad de la oratoria puede ser persuasiva, comunicativa o, simplemente, estética. Lejos de lo que hoy en día se suele dar. Conversaciones a grito pelado, para avasallar, imponer criterios o directamente para insultar al contrario. Hay quienes hablan con la condescendencia de quienes se creen autosuficientes y consideran que están un peldaño por encima de los demás, dando una lección magistral: tú no sabes, estás equivocado, yo te digo.

Termino con tres refranes enlazados: Quien no habla, ni Dios le oye; por eso hay que procurar que tus palabras sean mejores que tus silencios, porque quien dice lo que no debe, oye lo que no quiere.




2014-11-07

CUENTOS Y DISFRACES

Los cuentos clásicos vienen con una carga pedagógica a través de mensajes subliminales. No sé, es posible que transmitan algunos valores positivos, pero la mayoría son rancios, otros del peor gusto e incluso los hay macabros.

Abundan el sexismo, la dominación, la sumisión, la xenofobia, los perjuicios sociales. Todo el desarrollo del cuento es angustioso por los padecimientos y penurias que sufre su protagonista, para acabar indefectiblemente en un final feliz consistente en que los malos siempre pierden y los buenos forman una familia tradicional –mujer sumisa y débil, hombre fuerte y salvador- y viven felices, ricos y contentos. Vamos, como la vida misma.

Son formas de disfrazar la realidad que, a mi modo de ver, ni siquiera en el tiempo en que fueron escritos podían tener un grado de aceptación. Al menos en la actualidad sirven como fuente inagotable de inspiración para preparar los disfraces de las fiestas.

Hablando de disfraces y de cuentos, hay personas que van por la vida permanentemente disfrazadas. Viven en la irrealidad de su cuento. Tal vez sea para cubrirse de una dignidad de la que carecen o para destacar del resto, porque otras cualidades les son ajenas. Monarquías, militares y curas -como no- se llevan la palma en esto de la ampulosidad, la parafernalia, la quincallería y el metal del bueno.

Luego les pasa como en la canción del grupo Los Salvajes, Judy con disfraz –que ya tiene sus añitos- donde el protagonista conoce a Judy en un baile de disfraces, ésta le sonríe y él se queda enamorado. Todo su deseo es verla sin disfraz, pero cuando se lo quita se lleva una desilusión y ya no quiere volver a verla por ser tan fea (sic).

Me comentaba un amigo que, estando de vacaciones en Tailandia, se toparon por la calle con una concentración de disfraces, donde quien acaparó la mayoría de las miradas y el éxito fue un lugareño que iba disfrazado de turista. Pantalón corto, gorro, gafas de sol, mochila a la espalda y cámara al cuello. Exactamente igual que como iba él. Así que la vestimenta no hacía el disfraz sino la procedencia de cada uno. Lo que induce a pensar que será realidad aquel refrán que dice que el hábito no hace al monje y concluir que lo del disfraz hay que tomárselo como algo relativo en algunos casos, o sea, depende.

Ejemplo de ello son los personajes que el otro día me encontré por la calle. Un africano disfrazado –parcialmente hay que decir- de vasco, si a esa vestimenta se le puede llamar disfraz ya que para un autóctono es simplemente su vestimenta tradicional, y un vasco disfrazado de lobo feroz, como el del cuento, pero que resultó muy simpático.

La foto lo atestigua. Se puede ver pinchando en la pestaña superior Imágenes.