COMENTARIOS al Relato
presentado en EL TINTERO DE ORO de acuerdo con las premisas del cartel. Se puede leer punchando AQUÍ o en la pestaña superior RELATOS CORTOS.
COMENTARIOS al Relato
presentado en EL TINTERO DE ORO de acuerdo con las premisas del cartel. Se puede leer punchando AQUÍ o en la pestaña superior RELATOS CORTOS.
No pretendo hacer un tutorial sobre el modo de usar esta prenda que ya se ha hecho imprescindible y tiene pinta de que va para largo. La moda ha encontrado el filón y están creando tendencia, pero algunos van por libre, como la de la foto.
En esta foto no se explica
cómo usarla sino cómo no hay que hacerlo. Además pongo en duda la eficacia de
la que lleva la portadora, que es el mismo modelo que el que yo calzo, la
estándar, ya que, si es capaz de traspasar con su mirada y leer el móvil, los puñeteros
virus lo harán (lo de traspasar, no lo de leer) con más facilidad. Puede ser,
no lo descarto, que la protagonista tenga la vista de Lince (Linceo para los
amigos, personaje de la mitología griega, quien tenía la facultad de ver
a través de paredes y objetos. De ahí es de donde viene el dicho “vista de
lince”). Cabe también que se trate de “El hombre sin cara”, leyenda urbana de
las que acojonan y es fuente de pesadillas. Yo me topé con él en un bar y no
pasó nada, incluso pude sacarle discretamente la foto. Para verla, pinchar AQUÍ
o en la pestaña superior IMÁGENES.
El cotilleo, también
llamado chismorreo y comadreo, es veneno puro que la gente se ha acostumbrado a
consumir en grandes dosis. Lo que podía ser un momento de diversión sin otra
pretensión que un pasatiempo inocente se ha convertido en un ejercicio de
ocultación de nuestras propias miserias aireando las de los demás. En todo
cotilleo hay un punto de malicia que parece consustancial a él. A pesar de que
alguien dijo: «que hablen de mí aunque sea mal», no se cotillea por hacer un
favor a nadie. Hay rivalidad, envidia o desprecio hacia la persona agraciada
con el comentario.
La sociedad burguesa de
antaño —por lo general ociosa— practicaba este pasatiempo con un refinamiento
aparente pero con un fondo perverso como hienas devorando a su presa con una
sonrisa. Menos maldad había en la servidumbre ya que su diversión consistía en
contar sottovoce los devaneos de
alcoba de los señores. Al resto de la plebe seguramente no le quedaba tiempo ni
ganas para la literatura. De todo esto se aprovecharon los medios impresos al
ver el filón, luego fueron las televisiones y ahora las redes sociales. Es la
seña de identidad de esta sociedad. La rumorología es la ciencia que practican
los cotillas. Como cada vez necesitan más carnaza, muda en crítica mordaz y
corrosiva que cuando se ha extendido lo suficiente se convierte en verdad
absoluta.
Un tal J. M. Bergoglio (un
argentino en Roma) dijo: «el cotilleo es una plaga peor que la del coronavirus».
Parece una aseveración de grueso calibre, pero si nos atenemos a la
infalibilidad (¡uy! Qué palabra más complicada,
creo que nunca la había escrito) del Papa que dicen que cuando habla es
“palabra de Dios”, habrá que tomarla como cierta si le introducimos algunos
matices. No obstante, siendo una plaga tan perniciosa no se le dedica un segundo
a erradicarla. Diría que todo lo contrario. Se potencia, no sé si directamente
por el poder, pero al menos sí por los medios mal llamados de información. En
cualquier caso, sirve como adormidera para gente insulsa. La gente mira una
noticia y no se molesta en profundizar sobre qué significa y en su
trascendencia. Se fija en lo superficial, en la anécdota. Ha perdido el
espíritu crítico, si es que algún día lo tuvo. Tal vez la única utilidad
positiva puede consistir en ser fuente de inspiración para la creación
literaria a modo de lanzador de ideas.