Este
relato responde a la propuesta de JascNet de ACERVO DE LETRAS para enero con
los siguientes requisitos: Escribir sobre una CAJA que encuentran en la puerta cuando alguien llama.
Este
es el enlace: https://jascnet.wordpress.com/2023/01/01/vadereto-enero-2023/
donde se pueden ver todos los elatos.
LA CAJA CON INCRUSTACIONES
DE NÁCAR
—Jodé, Raúl, acabas de llegar y
ya me estás jodiendo, como siempre.
—Vale, Luis, solo quería saber si
a ese pibón de la cocina te la estabas tirando.
—¡Que bestia eres! Bah, déjalo.
Hoy toca. Cada tres meses se
repite el ritual y aquí están riéndose, unos a carcajadas, otros con una
sonrisa impostada, como perdonando la vida y yo tratando de capear la velada de
la mejor manera que puedo.
Pablo y Esther han llegado los
primeros, como siempre. Él con una botella de bourbon, ella con una cara que lo
dice todo. Todavía no ha superado nuestro affaire. Enseguida han llegado mi hermano Raúl que, por ser el
mayor, a estas alturas se sigue creyendo con derecho a hacer funciones de padre
y Adela contagiada por ese espíritu maternal. Para colmo vienen acompañados de
una vieja amiga, Sandra, con la que están empeñados en liarme. Suelen traerla
de vez en cuando. La primera vez me pareció por su aspecto una mojigata. Pronto
tuve ocasión de cambiar de parecer pues resultó ser una ninfómana agobiante con
la que tenía claro que no quería nada, ni siquiera un revolcón salvaje. Los
últimos en llegar, Alfredo y Rosa, son insoportables. Si tienen tanto como
presumen, no sé qué hacen aquí, pero se da la circunstancia de que él es mi
jefe y ella la hermana de Esther, así que hay que hacer el paripé.
Estoy harto de estos amigos. Siempre es lo mismo: a ver cuándo te
echas una novia que te dure más; haz algo que ya vas cumpliendo unos añitos;
menos bragueta y más braguetazo.
Dicen que soy el anfitrión perfecto. La realidad es que quieren
separarse por una noche de los niños. A mí todos me parecen un tormento por no
decir insoportables, los niños, digo, aunque a veces también los padres con los
niños. Así que, reunirnos en mi casa, es el precio que tengo que pagar gustoso
por no tener que reír las gracietas de los mocosos en sus casas.
Luego llegarán los gin-tonics, los juegos de mesa, lo bien
que nos lo pasamos y lo mucho que nos queremos. «Una piña, como siempre»,
apostillará mi hermano. Les encanta fabricar recuerdos a cual más fantasioso en
función de un pasado idealizado, pero las vivencias y recuerdos solo saben a
algo cuando dejan un buen poso para saborearlo. Yo hace tiempo que dejé atrás recuerdos
y vivencias con esta pandilla que, si fue, ha pasado mucho tiempo.
Por primera vez he contratado un cáterin
y está resultando estupendo. No tengo que ocuparme de nada. Una chica muy
reservada, creo que me ha dicho que se llama Bárbara, lleva media tarde
trajinando metida en la cocina. Te traen la comida, te la sirven y luego
limpian todo. En esas estamos.
La velada posterior promete ser
soporífera: cafés, licores, juegos de mesa y una conversación insulsa hasta que
los despache.
—Los del cáterin piensan en todo.
Han traído cartas de póker, un juego de preguntas y una güija. —digo como
mostrando interés por no parecer un borde.
—¡Qué emocionante, una güija! A
eso quiero jugar. Yo convocaré a los
espíritus, que tengo experiencia —dice Sandra entusiasmada.
Al llevar unos platos a la
cocina, comento en voz alta: «no sé cómo aguanto a esta panda, más vale que esto
es cada tres meses». Bárbara me mira con una sonrisa electrizante y con un
guiño que no sé cómo interpretar.
Dispuestos para el juego, entra
Bárbara con una caja de cartón en la mano.
—Han llamado a la puerta y he
encontrado este paquete en el felpudo —dice dejándolo sobre la mesa—. No tiene
nombre ni dirección.
Sandra se apresura a abrirlo.
Saca una cajita de marfil redondeada, adornada con incrustaciones de nácar.
Podría servir para guardar alguna alhaja, unos anillos, los dientes de leche de
la niña, una llave o un recuerdo querido. La sorpresa inicial da paso a los
recelos y las conjeturas. Se la van pasando de mano en mano.
—A mi me parece perfecta como
puntero para jugar a la ouija. —propone
Sandra mirándola con admiración y obsesionada con tomar protagonismo.
—Sí, pero no se puede abrir,
aunque parece que no hay nada en su interior —conviene Raúl agitando la caja y
volteándola.
Alfredo la echa descuidadamente sobre
la mesa. Con el golpe, se abre mostrando su interior vacío.
—Esto me parece muy excitante. Vamos
a empezar ya —concluyó Sandra —, cogeros de las manos y cerrad los ojos.
—Mientras calentáis el ambiente,
traigo las bebidas —digo desentendiéndome del jueguecito.
Ha sido un visto y no visto.
Antes de que Sandra terminara su invocación, un remolino los ha atrapado
agarrados de sus manos como estaban y en un alocado torbellino, la cajita los
ha succionado sin dejar rastro.
Ahora estoy dando vueltas a la
bonita caja. No sé si es un amago por abrirla, aunque sin ningún interés de que
eso suceda, o como forma de calmar mis nervios que por momentos se están
apoderando de mí mientras Bárbara se acomoda a mi lado en el sofá con dos gin-tonics.