2023-01-17

EL PODER DE LOS DIOSES

 ESTE RELATO PARTICIPA EN A PROPUESTA DE «EL TINTERO DE ORO» PARA ENERO DE 2023 CON LAS PREMISAS DE ESTE CARTEL:





 

EL PODER DE LOS DIOSES

Ezio pastoreaba por las laderas del monte Olimpo quejándose de su suerte porque, llamándose Ezio que significa águila, no podía volar como quería su imaginación. La compañía de las cabras y el eco del mar en los riscos no era bastante para llenar su espíritu. Leía para compensarlo, Conocía a los dioses, sus fortalezas y debilidades, pero a quien más admiraba era a Proteo, hijo de Poseidón. Cuando se acercaba al mar, se acordaba de él. Lo imaginaba pastoreando a las bestias marinas y escapando de quienes querían interpelarle. Le gustaría conocerlo y, en sus ensoñaciones, fantaseaba con un encuentro: «Que injustos sois los dioses conmigo. Yo aquí, perdido, sin apenas contacto humano. Otra suerte corréis los moradores de ese otro Olimpo que me está vedado», decía compungido. «No creas, amigo Ezio, huyo para estar tranquilo porque me acosa una humanidad ávida en conocer un porvenir que cada día se presenta más borroso y, acostumbrada a las certidumbres y a la seguridad, ve tambalear su casa y el futuro de su prole. Yo, que puedo agorar la suerte de los demás, no puedo conocer mi propio futuro». «Pero, tú, Proteo, tienes el don de la profecía, representas la personificación del inconsciente, la mutabilidad del ser y la transformación permanente que el tiempo trae, ¿cómo puedes hablar así? Me gustaría ser tú». «La vida es muy caprichosa, amigo Ezio, y nuestro destino ya está escrito de antemano. Yo llevo una carga insoportable. Mis poderes no son un don sino una maldición».

 



2023-01-15

LA CAJA CON INCRUSTACIONES DE NÁCAR

Este relato responde a la propuesta de JascNet de ACERVO DE LETRAS para enero con los siguientes requisitos: Escribir sobre una CAJA que encuentran en la puerta cuando alguien llama.

Este es el enlace: https://jascnet.wordpress.com/2023/01/01/vadereto-enero-2023/ donde se pueden ver todos los elatos.


LA CAJA CON INCRUSTACIONES DE NÁCAR

 

—Jodé, Raúl, acabas de llegar y ya me estás jodiendo, como siempre.

—Vale, Luis, solo quería saber si a ese pibón de la cocina te la estabas tirando.

—¡Que bestia eres! Bah, déjalo.

Hoy toca. Cada tres meses se repite el ritual y aquí están riéndose, unos a carcajadas, otros con una sonrisa impostada, como perdonando la vida y yo tratando de capear la velada de la mejor manera que puedo.

Pablo y Esther han llegado los primeros, como siempre. Él con una botella de bourbon, ella con una cara que lo dice todo. Todavía no ha superado nuestro affaire. Enseguida  han llegado mi hermano Raúl que, por ser el mayor, a estas alturas se sigue creyendo con derecho a hacer funciones de padre y Adela contagiada por ese espíritu maternal. Para colmo vienen acompañados de una vieja amiga, Sandra, con la que están empeñados en liarme. Suelen traerla de vez en cuando. La primera vez me pareció por su aspecto una mojigata. Pronto tuve ocasión de cambiar de parecer pues resultó ser una ninfómana agobiante con la que tenía claro que no quería nada, ni siquiera un revolcón salvaje. Los últimos en llegar, Alfredo y Rosa, son insoportables. Si tienen tanto como presumen, no sé qué hacen aquí, pero se da la circunstancia de que él es mi jefe y ella la hermana de Esther, así que hay que hacer el paripé.

Estoy harto de estos amigos. Siempre es lo mismo: a ver cuándo te echas una novia que te dure más; haz algo que ya vas cumpliendo unos añitos; menos bragueta y más braguetazo.

Dicen que soy el anfitrión perfecto. La realidad es que quieren separarse por una noche de los niños. A mí todos me parecen un tormento por no decir insoportables, los niños, digo, aunque a veces también los padres con los niños. Así que, reunirnos en mi casa, es el precio que tengo que pagar gustoso por no tener que reír las gracietas de los mocosos en sus casas.

Luego llegarán los gin-tonics, los juegos de mesa, lo bien que nos lo pasamos y lo mucho que nos queremos. «Una piña, como siempre», apostillará mi hermano. Les encanta fabricar recuerdos a cual más fantasioso en función de un pasado idealizado, pero las vivencias y recuerdos solo saben a algo cuando dejan un buen poso para saborearlo. Yo hace tiempo que dejé atrás recuerdos y vivencias con esta pandilla que, si fue, ha pasado mucho tiempo.

Por primera vez he contratado un cáterin y está resultando estupendo. No tengo que ocuparme de nada. Una chica muy reservada, creo que me ha dicho que se llama Bárbara, lleva media tarde trajinando metida en la cocina. Te traen la comida, te la sirven y luego limpian todo. En esas estamos.

La velada posterior promete ser soporífera: cafés, licores, juegos de mesa y una conversación insulsa hasta que los despache.

—Los del cáterin piensan en todo. Han traído cartas de póker, un juego de preguntas y una güija. —digo como mostrando interés por no parecer un borde.

—¡Qué emocionante, una güija! A eso quiero jugar.  Yo convocaré a los espíritus, que tengo experiencia —dice Sandra entusiasmada.

Al llevar unos platos a la cocina, comento en voz alta: «no sé cómo aguanto a esta panda, más vale que esto es cada tres meses». Bárbara me mira con una sonrisa electrizante y con un guiño que no sé cómo interpretar.

Dispuestos para el juego, entra Bárbara con una caja de cartón en la mano.

—Han llamado a la puerta y he encontrado este paquete en el felpudo —dice dejándolo sobre la mesa—. No tiene nombre ni dirección.

Sandra se apresura a abrirlo. Saca una cajita de marfil redondeada, adornada con incrustaciones de nácar. Podría servir para guardar alguna alhaja, unos anillos, los dientes de leche de la niña, una llave o un recuerdo querido. La sorpresa inicial da paso a los recelos y las conjeturas. Se la van pasando de mano en mano.

—A mi me parece perfecta como puntero para jugar a la ouija. —propone Sandra mirándola con admiración y obsesionada con tomar protagonismo.

—Sí, pero no se puede abrir, aunque parece que no hay nada en su interior —conviene Raúl agitando la caja y volteándola.

Alfredo la echa descuidadamente sobre la mesa. Con el golpe, se abre mostrando su interior vacío.

—Esto me parece muy excitante. Vamos a empezar ya —concluyó Sandra —, cogeros de las manos y cerrad los ojos.

—Mientras calentáis el ambiente, traigo las bebidas —digo desentendiéndome del jueguecito.

Ha sido un visto y no visto. Antes de que Sandra terminara su invocación, un remolino los ha atrapado agarrados de sus manos como estaban y en un alocado torbellino, la cajita los ha succionado sin dejar rastro.

Ahora estoy dando vueltas a la bonita caja. No sé si es un amago por abrirla, aunque sin ningún interés de que eso suceda, o como forma de calmar mis nervios que por momentos se están apoderando de mí mientras Bárbara se acomoda a mi lado en el sofá con dos gin-tonics.