Comentarios al relato presentado en la página «EL TINTERO DE ORO».El texto se puede leer pichando AQUÍ o en la pestaña superior RELATOS CORTOS.
2020-11-14
2020-11-08
LA DECENCIA
Según una de sus acepciones, el concepto de decencia tiene implicaciones puritanas con las que no comulgo, pero la decencia se puede entender también como un límite moral necesario que creo que estamos perdiendo.
Vivimos en sociedades muy
complejas, en una época de crisis, donde los valores cardinales de nuestro tiempo
cambian a una velocidad de vértigo. Cada vez está menos claro qué es lo
correcto. La línea que separa lo tolerable de lo intolerable se desvanece,
soportamos la perversión de forma cotidiana y no existe una explicación clara
de cómo conseguimos convivir con ella, pero lo hacemos. Esta crisis de valores
mínimos está relacionada con el exceso de información. Una comparación entre el
escándalo de Watergate y las filtraciones de Wikilik puede ilustrar este
aumento de nuestra capacidad de gestión de la corrupción.
La década de los setenta resalta
en la prensa un caso de espionaje entre partidos políticos que hizo renunciar
al presidente de Estados Unidos, considerado la persona más poderosa del mundo.
En el siglo XXI, en cambio, la plataforma fundada por Julián Asagne ha sacado a
la luz crímenes de guerra, torturas de prisioneros, desastres ecológicos,
corrupción política, sin consecuencias reseñables. Parece que cuanto más
sabemos, menos nos importa. En parte, la sordidez nos ha vencido por exceso,
pero no solo. Existe un fatalismo previo, un pesimismo sobre la capacidad de
mejora de la era y de las personas. Este fatalismo frena nuestra capacidad de
oponernos al desastre, reprime nuestra decencia. La decencia no implica
heroicidad, el héroe es aquel que trasciende su situación y su identidad para
hacer algo extraordinario. La imagen del estudiante frente a los tanques en la
plaza de Tiananmen es un arquetipo de heroicidad porque enfrentarse a un tanque
va más allá de lo que esperamos de un estudiante. La propaganda política viene
a abusar del concepto de heroicidad tergiversándolo. El abuso de las metáforas militares
durante la pandemia es un ejemplo de esto, pero aunque la heroicidad puede ser
encomiable, no es algo que sea lícito exigir a la mayoría. La mayoría no somos
héroes ni queremos serlo, pero sí necesitamos sentirnos decentes. Esto no
significa que mantener la decencia en situaciones extremas no sea complejo y
encomiable. Por ejemplo, las sanitarias han tenido que pasar por experiencias
durísimas solo para cumplir con su oficio durante la epidemia. Esto nos
recuerda que en las situaciones extremas, permanecer decente supone todo un reto.
La decencia es un límite.
Cuando la perdemos, perdemos parte de nuestra dignidad y de nuestra identidad.
Nos desdibujamos, dejamos de saber quiénes somos. Como ciudadanos se supone que
debemos reaccionar contra los actos que atentan contra los principios del
estado de derecho, mientras tanto convivimos con una sistematización de la
injusticia: corrupción política, autoritarismo, crímenes tolerados a las élites,
humillación laboral sistemática, vulneración de derechos básicos. Revelarse, no
aceptar, protestar contra esta deriva no debería ser extraordinario ni
minoritario. Se trata tan solo de exigir a la vida unos mínimos. No es algo que
hacer por los demás, no es altruismo, es algo que debemos hacer por nosotras,
para seguir despertándonos por las mañanas sabiendo quiénes somos como personas
decentes.