2020-03-14

PARALIZADOS POR EL MIEDO

Estamos metidos de lleno estos días en un problema a nivel planetario, nunca mejor dicho porque afecta o nos va a afectar a todos. El miedo ronda ante la incertidumbre. Individualmente no tenemos nada que hacer porque el «sálvese quien pueda» no funciona a no ser que nos dediquemos al saqueo, la rapiña y a defender a toda costa lo que tenemos, algo que podría valer a unos pocos y por poco tiempo. No lo digo en  broma. El miedo conduce al pánico y en este punto todo es incontrolable. En otras circunstancias se han visto acciones de este tipo como asaltos a supermercados que derivan en: me llevo un televisor de no sé cuántas pulgadas, arramplo con un cargamento de whisky de la mejor calidad o me llevo un vestido de la Fashion Week de un escaparate, maniquí incluido. Lo hemos visto por la tele. Y, si ha salido por la tele, es palabrita del Niño Jesús. El paradigma consumista y materialista está haciendo estragos. Así que evitar estas situaciones es obligación de quien manda, garantizando lo que la sociedad necesita.

No quiero hablar de coronavirus, un bichito que sospechosamente anda rondando por laboratorios y despachos (en estos de forma virtual) hace bastante tiempo. De lo que quería reflexionar es sobre el miedo. Sirve para espolear al indeciso o para paralizarlo. Patologías y fobias aparte, la diferencia depende de cómo lo gestionamos. A veces se ignora la realidad y así creemos que hemos superado los problemas. La contrapartida es que nos entregamos atados de pies y manos.

El miedo es un mecanismo de defensa para responder ante situaciones amenazantes y preservarnos de la tragedia. Es un sentimiento humano. Todos lo tenemos. Alguna vez más manifiesto que otras. Incluso hay quien vive en un permanente miedo haya o no peligro real. Cuando el peligro no es real, el miedo no cumple su función y se crea la ansiedad, nos paraliza y hace que tomemos decisiones equivocadas. Es el arma preferida de los regímenes poco democráticos o de los grupos de presión que manejan el mundo. Y así en cascada hasta llegar al último escalón de mando. Paralizados por el miedo somos presa fácil. Algunos tienen miedo a los demás, mientras que otros se temen a sí mismos. Unos a la muerte y otros a la vida; unos a la oscuridad y otros a la luz; unos a la mentira y otros a la verdad.

El miedo hace que miremos a otro lado y callemos. Cuando callamos  perdemos la capacidad de exigir y establecer límites. Perdemos la interrelación con el conjunto de la sociedad y renunciamos a la cooperación para avanzar, lo que nos hace vulnerables e inhumanos. Aldous Huxley acierta al decir que el miedo llega a expulsar al hombre de la humanidad misma. Hermann Hesse también al decir que cuando se teme a alguien es porque a ese alguien le hemos concedido poder sobre nosotros. Por eso, cuando el miedo quiebra, desaparece la dominación de quien infunde el temor y la relación se invierte. Parece, en conclusión, que hay un consenso en decir que el único antídoto contra el miedo es la esperanza que parece más fuerte, aunque Nietzsche sostiene que la esperanza es el peor de los males pues prolonga el sufrimiento humano. Supongo que se refiere a que pensar en un futuro mejor te impide analizar la realidad a la hora de tomar decisiones. Yo no se lo voy a discutir, pero creo que se podría hacer una síntesis entre lo uno y lo otro.

Entre tanto habrá que aceptar las restricciones impuestas con resignación y con la esperanza —nunca más deseada porque no nos queda otra— de que pare la pesadilla.