2014-11-07

CUENTOS Y DISFRACES

Los cuentos clásicos vienen con una carga pedagógica a través de mensajes subliminales. No sé, es posible que transmitan algunos valores positivos, pero la mayoría son rancios, otros del peor gusto e incluso los hay macabros.

Abundan el sexismo, la dominación, la sumisión, la xenofobia, los perjuicios sociales. Todo el desarrollo del cuento es angustioso por los padecimientos y penurias que sufre su protagonista, para acabar indefectiblemente en un final feliz consistente en que los malos siempre pierden y los buenos forman una familia tradicional –mujer sumisa y débil, hombre fuerte y salvador- y viven felices, ricos y contentos. Vamos, como la vida misma.

Son formas de disfrazar la realidad que, a mi modo de ver, ni siquiera en el tiempo en que fueron escritos podían tener un grado de aceptación. Al menos en la actualidad sirven como fuente inagotable de inspiración para preparar los disfraces de las fiestas.

Hablando de disfraces y de cuentos, hay personas que van por la vida permanentemente disfrazadas. Viven en la irrealidad de su cuento. Tal vez sea para cubrirse de una dignidad de la que carecen o para destacar del resto, porque otras cualidades les son ajenas. Monarquías, militares y curas -como no- se llevan la palma en esto de la ampulosidad, la parafernalia, la quincallería y el metal del bueno.

Luego les pasa como en la canción del grupo Los Salvajes, Judy con disfraz –que ya tiene sus añitos- donde el protagonista conoce a Judy en un baile de disfraces, ésta le sonríe y él se queda enamorado. Todo su deseo es verla sin disfraz, pero cuando se lo quita se lleva una desilusión y ya no quiere volver a verla por ser tan fea (sic).

Me comentaba un amigo que, estando de vacaciones en Tailandia, se toparon por la calle con una concentración de disfraces, donde quien acaparó la mayoría de las miradas y el éxito fue un lugareño que iba disfrazado de turista. Pantalón corto, gorro, gafas de sol, mochila a la espalda y cámara al cuello. Exactamente igual que como iba él. Así que la vestimenta no hacía el disfraz sino la procedencia de cada uno. Lo que induce a pensar que será realidad aquel refrán que dice que el hábito no hace al monje y concluir que lo del disfraz hay que tomárselo como algo relativo en algunos casos, o sea, depende.

Ejemplo de ello son los personajes que el otro día me encontré por la calle. Un africano disfrazado –parcialmente hay que decir- de vasco, si a esa vestimenta se le puede llamar disfraz ya que para un autóctono es simplemente su vestimenta tradicional, y un vasco disfrazado de lobo feroz, como el del cuento, pero que resultó muy simpático.

La foto lo atestigua. Se puede ver pinchando en la pestaña superior Imágenes.




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