—Odio la Navidad. ¿Es
grave, doctor?
—En principio no tiene
por qué —determinó el facultativo con un ademán de suficiencia—. Dígame, ¿qué
síntomas percibe usted cuando llegan estas fechas?
—Pueeees…
todo empieza al punto de la mañana cuando me miro al espejo y, en vez de ver mi
careto, aparece la jeta del señor Scrooge… ya sabe, Ebenezer Scrooge, el prota
del Cuento de Navidad de
Dickens. Y ya es un no parar… Los villancicos me irritan, el acebo me produce
urticaria, las felicitaciones por WhatsApp me la sudan, los polvorones me
provocan gastritis, y eso por no hablar del anuncio de la lotería, el turrón,
el espumillón, el árbol, el belén, las luces navideñas, la suegra atizando la
pandereta, el cuñado con la matraca del fútbol en Nochebuena… En fin, todo.
—Verá… —trató de razonar
el psicólogo—, las Navidades son como el sarampión, hay que pasarlo. No
obstante, son fechas para la familia, para el recuerdo…
—Ya, pero… es que yo no
tengo recuerdos —expresó el paciente categórico—. A ver… que no digo que no
tenga memoria, eh. Digo que no tengo nada grato que recordar.
—¿Cómo es eso? —dijo el
doctor extrañado—. Algo bueno sí recordará, ¿no?
—Pssss? Lo mismo que el
resto del año —farfulló este con gesto displicente.
—Escuche, esa indolencia
hay que afrontarla con decisión, con actitud positiva —decretó el psicólogo
persuadido—. El mundo está lleno de oportunidades... para el que sabe
buscarlas, claro —añadió—. ¿Conoce usted el voluntariado? Es una terapia muy
eficaz contra el complejo de culpabilidad, la apatía, la molicie, el
materialismo que nos embarga...
—Pues no. ¿En qué
consiste? —se interesó el paciente.
—Verá, en estos días de
bondad por decreto, de humanitarismo por imperativo legal, de caridad por
exigencias del guion… en fin, de ser bueno por cojones, no hay parroquiano que
no desee hacer algo por los demás, aunque sea dar limosna a un mendigo o un
donativo a una ONG. Incluso hay quienes sientan a un inmigrante a su mesa en el
día de Navidad. Es decir, la gente biempensante necesita practicar la
misericordia, la compasión, el calor fraterno. En definitiva, redimir sus
pecados y, ya de paso, ganar el cielo, que cada vez se está poniendo más
difícil con este laicismo galopante que nos atenaza.
—Pues… no había caído —dijo
el paciente—. O sea que, si no le he entendido mal doctor, el remedio consiste
en hacer el bien. ¿Y hasta cuándo? Hasta después de Reyes, claro...
—Ejem… eeeh… —titubeó el
psicólogo—, no exactamente. Oiga, o se es bueno o no se es.
—No le comprendo. ¿No
dice usted que todos necesitamos hacer el bien en Navidad?
—Debo haberme expresado
mal. Cambiaremos de táctica terapéutica —convino para sí el facultativo—.
Veámoslo de otra forma. A ver… ¿se considera usted una persona sociable?
—Muchísimo —afirmó
el paciente sin vacilar—. Tengo el Facebook petado de amigos. Sin ir más lejos,
hace poco hicimos una quedada por móvil en un piso de estudiantes... Buf, una
pasada. El caso es que nadie conocía a nadie, pero allí nos juntamos setenta,
ochenta… Fíjese si había peña que fui al váter a mear y topé con una docena de
tipos jugando al Ouija dentro
del plato de ducha. Y todo dios de buen rollo, eh. Eso sí, hasta que llegaron
los munipas.
—¿No me diga? —objetó el
galeno aturdido—. Bueno, bueno… Volvamos a lo nuestro, y sea sincero por favor.
A usted, ¿qué le sugiere los personajes de Santa Claus, Olentzero, Papá Nöel,
San Nicolás? ¿Le producen ternura, bienestar, aversión, indiferencia?
—En mi opinión, tendrían
que meter a toda esa cuadrilla de tragaldabas al trullo —soltó el paciente sin
atrición—. No creo que esos zampabollos sean un modelo edificante para nadie, y
menos para la gente que pasa hambre en el mundo.
—No le sigo. —El
facultativo comenzó a dar muestras de perder la paciencia.
—Pues eso quería
decirle, doctor. Para mí, la Navidad es... una pura contradicción. Son fiestas
que ensalzan la glotonería, el despilfarro, el hedonismo… Y luego me vienen con
mercadillos solidarios, bancos de alimentos, maratones benéficos, donativos
para el Tercer Mundo, ayuda a los refugiados… Parece mentira que esta historia
comenzara en un pesebre, para acabar dos mil años después en el desparrame de
hoy día.
—Explíquese, por dios —exigió
el psicólogo sin disimular cierta zozobra.
—No sé si
serán alucinaciones, pero yo veo el mundo desbocado. De Halloween al Black Friday, del Cyber Monday al Boxing Day, de la
Navidad a las rebajas de enero, y cuando menos te los esperas… ya es primavera
en El Corte Inglés, luego el verano, el chunda-chunda de San Fermín y vuelta a
empezar. La verdad, doctor, no sé de dónde se sacan ustedes que hay tanta
depresión en Navidades, si es un puro descojono. No te da tiempo ni para
deprimirte.
—Pues créame, joven —sentenció
el facultativo—, la Navidad produce cuadros depresivos en muchas personas, y
algunos bastante severos.
—Qué va. Eso que ustedes
llaman depresión es tristeza, congoja... bobadas propias del estado del
bienestar, como el síndrome posvacacional, la vigorexia, la ortorexia o el tecnoestrés.
Pregúntele a un sin papeles por la depre navideña, a ver qué le dice.
—¿Uuu… usted cree? —balbució
el facultativo, atascado como una cañería vieja.
—Mire…, hemos pasado de
una festividad religiosa a un espectáculo circense. Para mí, la Navidad es la
definición que mejor describe lo absurdo de esta sociedad, tan radiante como
artificial, tan piadosa como hipócrita, tan deseada como detestada. ¿Acaso
conoce usted otra fiesta que, al poco de empezar, la gente esté deseando ya que
acabe?
—Parece tener las ideas
muy claras, joven —dijo con asombro el facultativo.
—Se nota, ¿no? —soltó el
paciente jactancioso—. Es que me saqué un máster en la URJC.
—Efectivamente, se ve a
la legua que posee estudios superiores.
—Pues no hice ni pisar
el aula. Ya le digo doctor, el mundo es una farsa...
Pues igual eran compañeros de facultad sin saberlo.
ResponderEliminarYa lo has dicho todo; urgencia y obligación de pasarlo bien. Menos mal que con la edad, la presión no es tanta, sobretodo nochevieja.
Pero se salva la ilusion de los niños el día de Reyes, y poca cosa más.
Abrazoo Isan
Un poquitofelices fistas😜
Hola. La nochevieja es una juerga más y, por donde vivo, con disfraces que le dan mucho colorido. Lo de la ilusión de los niños, sí, pero lo veo un poco fraude y no solo porque no eran reyes, ni magos, ni tres, sino porque luego, cuando e niño crece, hay que explicarle que le engañamos.
EliminarTambién te deseo a ti unas felices fiestas y todos los días del próximo año. Un abrazo.
Hola, Isan! Qué crítica más graciosa y satírica. No conocía la URJC, pero me aventuro a decir que es la Universidad Real de la Jodida
ResponderEliminarCalle, ja, ja. Reconozco que yo sí soy amante de la navidad, aunque se nos está yendo de las manos, bien es cierto que por consumismo todo se nos está yendo de las manos, je, je. Aun así, soy de los clásicos, Belén y Reyes y cosas de mi región, como "les aixames".
Un abrazo y felices fiestas!
Hola, Pepe. Esa universidad que apuntas ya me gusta, seguro que se aprende más que en la que me refería que es la Universidad Rey Juan Carlos donde algunos lustres han obtenido títulos o másteres. A mí también me gustan las tradiciones, pero soy selectivo y eso que nací un 25 de diciembre, fun, fun, fun. He misto en internet les aixames y me ha parecido estupendo. Que dure. Un avrazo.
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