El
aprendizaje del niño y su evolución se basa en la observación y la imitación. Se
empieza copiando y de mayores se sigue igual. Se copia en un examen, en un
libro o en una invención. Algunos no pueden controlar el voyeaur que, quizás,
todos llevamos dentro y se mira al vecino por la ventana, al conocido por
Internet o al programa de TV que enseña lo que hacen los famosetes. A los de
menos altura de miras les da por el cotilleo y otros acaban espiando para la
industria o la política. De estos últimos voy a hablar.
Espiar
denota profesionalidad, interés desmedido o falta de escrúpulos. En muchos casos
las tres cualidades juntas y en todos actuar fuera de la ley. Mirar lo que
tiene la industria competidora no es espiar, pero sí lo es robar patentes,
fórmulas, planos o planes. Y en lo de los planes es donde entra el más genuino
espionaje.
En
cualquier negocio el espionaje industrial está a la orden del día. Es
fundamental saber qué y cómo hacen tus competidores para ofertarlo tú y ganar mercado. Así es como han prosperado
países como Japón, Corea, India o China y así siguen haciéndolo en cualquier
parte del mundo. Ya no hace falta
inventar, se copia y se mejora.
En
el plano político la realidad supera la ficción. Todo lo que no sea nosotros es
enemigo, o lo puede ser y, por tanto, susceptible de espiar. Es fundamental
conocer las intenciones del enemigo tanto en una guerra convencional como en la
guerra fría o en la paz. Se sabe que todos meten las narices en las intimidades
de los otros. En aras a la seguridad todo se justifica. Ya la lo dicho Barack
Obama: No se puede tener cien por cien de
seguridad, cien por cien de privacidad y cero por cien de inconvenientes. Con
un par. Esto me suena a el fin justifica
los medios, eso que es perverso para nosotros pero no para ellos.
Pero
los métodos van cambiando. El tipo duro de traje oscuro y sombrero que se
jugaba el tipo, se desplazaba de un país a otro y se rodeaba de chivatos, ha
dado paso al friki, al hacker o al forense informático que se encarga del
denominado cómputo forense, vamos, lo
que en el argot sería el contraespionaje. Ya no se necesitan cochazos ni
alternar en tugurios. Desde una mesa con un sofisticado equipo, complementado
para dar ambiente con una coca-cola y un sándwich, se logran mejores resultados.
Todos recibimos publicidad en muestro correo electrónico relacionado con
nuestras búsquedas en Internet, lo que quiere decir que lo miran. Igual que nos
miran las múltiples cámaras de seguridad que proliferan por todas las esquinas
de las ciudades. En Río de Janeiro y Säo Paulo se van a instalar más de un
millón y medio con la excusa de la celebración de los Juegos Olímpicos de
Brasil.
Actualmente
está en el punto de mira la mayor potencia mundial, EE.UU. Tiene pinchados los
teléfonos de casi todo el mundo. Lo ha dicho Edward Snowden y antes Bradley
Manning a través de Wikileaks de Assange, de quien ya hablé en agosto en la
entrada Pon un enemigo en tu vida. La Agencia de Seguridad
estadounidense (NSA) tiene el encargo de obtener y analizar la información
transmitida por cualquier medio de comunicación. Lo controla todo -y cuando se
dice todo, es todo- mediante un programa llamado PRISM y con la cesión de datos
de correo electrónico, transferencias, chat, la nube, redes sociales,
búsquedas, etc. que le proporcionan gustosamente, entre otros, Google,
Microsoft, Facebook, Youtube, Yahoo o Skipe.
Estamos
en la Sociedad Orwelliana
descrita en la novela 1984. Esta es
la realidad con la que tenemos que convivir. Fácil de entrar y difícil de
salir. Hasta que nos desconectemos.
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