La pandemia, que todo lo trastoca, ha propiciado que se suspendieran por
dos años los mal llamados festejos taurinos. Podría ser una ocasión magnífica
para darle una vuelta o, al menos, cuestionar su encaje en esta sociedad que
presume de civilizada en este siglo que ha superado su quinta parte. Pero no
será así, me temo.
Leía hace poco un artículo periodístico de alguien que había escrito un
libro donde suelta perlas de este
pelo: «Los animales no tienen derechos porque no tienen obligaciones. Tampoco
sufren porque el sufrimiento es privativo de los humanos». Estas afirmaciones
tan categóricas me recuerdan cuando decían que los negros (las personas) no
tenían alma, por lo que eran animales y se les podía matar, maltratar o
comerciar con ellos. Un poco antes también se decía que las mujeres no tenían
alma. Derechos tienen —ahora me refiero a los animales—, no hay más que
acercarse al Código Penal: El artículo 337
castiga a «el que por cualquier medio o procedimiento maltrate
injustificadamente, causándole lesiones que menoscaben gravemente su salud o
sometiéndole a explotación sexual, a un animal doméstico o amansado». El
legislador, para aclarar a qué animales abarca esta protección, incluye en el
concepto de “animal doméstico o amansado” un animal de los que habitualmente
están domesticados, un animal que temporal o permanentemente vive bajo control
humano, o cualquier animal que no viva en estado salvaje”. Las conductas
prohibidas en los delitos de maltrato y abandono de animales consisten en
«maltratar injustificadamente», «maltratar cruelmente» y «abandonar animales
domésticos en condiciones en las que pueda peligrar su vida o integridad». Creo
que matar cruelmente, por mucho arte que le pongan al deleite, encaja
perfectamente. Además que la clave está en “el control humano” donde sí están
los toros. Supongo que de esta prohibición se salvará la caza exclusivamente. También
dice el autor del libro que “la tauromaquia tiene tanta fuerza mediática que se
meten con ella para hacerse visibles en la sociedad”. No se puede juntar en tan
poco espacio tanta estulticia y mala baba.
La historia de la tauromaquia, que tan asimilada está en nuestra
cultura, ha sido muy cambiante. Desde estar prohibida por las autoridades y
condenada por la Iglesia Católica por ser pecado, hasta darle protección
declarándola Bien de Interés Cultural y subvencionarla para mantener el negocio
de algunos porque por sí misma no sería viable económicamente. Admitiendo que
el arte ha sido prolífico en plasmarla, no justifica mantenerla per se. Guardar
tradiciones es encomiable, pero cambiar las perversas lo es más. A estas
alturas deberíamos tener claro que no está bien matar un animal para regocijo
humano. Una salvajada no se puede justificar en la tradición que arrastre ni
sustentarla en lo que pueda tener de arte si este consiste en la carnicería que
se produce en el ruedo. Es poco edificante ver a los areneros tapando la sangre
y la mierda que deja el espectáculo y da «vergüenza torera» ver cómo se llevan
al infortunado entre el jolgorio de los espectadores que cuando más se
divierten es cuando ven correr la sangre. Porque de lo que se trata es de un
espectáculo de lucha a vida o muerte donde, sí o sí, el toro la va a palmar y
todos lo saben de antemano. En definitiva: un espectáculo macabro y repugnante
a partes iguales que retrata con esos calificativos a quienes lo mantienen.
Las corridas de toros son un anacronismo que tarde o temprano la
sociedad terminará por rechazarlas. El empecinamiento en mantenerlas, aun en
contra de todo civismo, es maltrato animal disfrazado de tradición. Como dijo
Gandhi «la grandeza y el progreso moral de un
país, una nación, puede juzgarse por la forma en que trata a sus animales». El respeto por su bienestar es una muestra de los valores que
guardamos como sociedad.
En Canarias ha estado prohibida la tauromaquia desde el parlamento canario desde 1991, sin embargo, la pelea de gallos no están prohibidas, se impide el maltrato crueldad o sufrimiento, eso sí, y las instalaciones deben ser en recintos cerrados.
ResponderEliminarIncongruencias, cosas veredes...
Hola, No sabía ni de la prohibición i de la autorización. Efectivamente cosas veredes, amiga.
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