Un paseo por el puente de
Brooklyn o por la High Line, la misa góspel en Harlem, el Empire State o el partido
del Madison Square Garden completan lo que los catálogos aconsejan no perderse.
Todo esto y más es la visita turística. Podría ser un resumen de mi estancia en
NY, pero como tengo la costumbre de escribir algo más elaborado, voy a seguir
con la crónica aun aceptando esta condición de turista a la que nueve días te
constriñe. En broma diría que el pino de Rockefeler Centrer no lo habían
encendido porque ni siquiera estaba instalado. Un día me dijeron que pasó al
lado Willam Dafoe, las Naciones Unidas estaban cerradas y los taxis no paraban
aunque levantaras el brazo. Ya puestos, no he conocido las mansiones de Long
Island ni el barrio del Bronx.
Me gusta ver algo más que una
ciudad inmensa. He estado en la “Gran manzana”, sí, pero no la he visto por
dentro, algo imposible si no te la abren, naturalmente en sentido metafórico
porque, como luego comentaré, vaya que sí se ven sus entrañas. No he estado en
las recepciones o eventos que se prodigan por doquier. No he hablado con el
ejecutivo o el camarero sobre sus inquietudes o su futuro. Todo ha sido de una
superficialidad inevitable que, insisto, tu condición de turista te marca. Por
eso hablar de una ciudad en estas condiciones parece una frivolidad
inaceptable.
Aun con todo no me resigno a
comentar lo que me ha llamado la atención. Calificar la gastronomía
neoyorkina para una persona como yo que
vive en un lugar privilegiado en esta materia, puede llevarme rápidamente a
darle una baja calificación, máxime teniendo en cuenta la poca importancia que
le dan los lugareños. Diría que, más que comer, se nutren. Hemos estado en restaurantes
magníficos pero, la gente en general, lo hace mal. Muchos comen algo metido en
una caja de cartón andando por la calle o, a lo sumo, sentados de mala manera
en cualquier sitio. Con la misa góspel me llevé la gran decepción del viaje por
pensar que iba a un concierto y no a una misa de dos horas con un interminable
sermón. Times Square es tal vez la zona más concurrida y espectacular en
anuncios y degradada en gente y masificación. Tal vez para otros en eso está su
encanto.
Puedes encontrar un edificio
magnífico que literalmente se pierde en las nubes y al lado una casa modesta de
tres plantas, un solar donde intuyes habrá otra torre o un polígono industrial
en funcionamiento. Este dinamismo genera mucho tráfico pesado. Así es normal
encontrarte enormes tráileres cargados de mercancías por cualquiera de las grandes
avenidas.
No puedo dejar de mencionar,
siquiera sucintamente, otros aspectos que han acaparado mi atención. Algunos,
estos sí, son las entrañas en sentido literal. Los escapes de vapor por chimeneas en medio de
las calzadas. Las trampillas que se abren en las aceras, con riesgo a tu
integridad, por donde se meten las mercancías en los comercios. Los millones de
toneladas de hierro enterrados para el metro, vías, puentes y edificios. La
infinidad de locales, generalmente de la hostelería ubicados en los sótanos. Las
interminables colas con controles para ir a eventos o lugares concurridos. Lo
exquisitamente ordenado y ameno para subir al Empeire State Building. La suciedad
y el ruido de las calles. Algo que no esperaba. La escasez de mendicidad por
las calles, lo que denota que hay una eficaz labor de los Servicios Sociales,
algo que contrasta con ciudades como Los Ángeles o San Francisco.
Terminando con las entrañas, lo
más underground me parece el sistema
de remuneración de los camareros que merece capítulo aparte. Práctica utilizada
en todo USA. Que una propina se convierta en salario parece una humillación
intolerable que convierte a un país en tercermundista. La remuneración por un
trabajo no puede estar a expensas de la voluntad graciosa del cliente.
He visto que la gente se hacía
muy cercana, amable y dispuesta a ayudar. De muchos colores, pero muy normal que va a su trabajo o a pasear.
Quizás intuía bastante gente con trabajo pero con oficios poco cualificados y,
por consiguiente, mal remunerados. También una clase acomodada y todo lo
contrario. Chóferes con enormes coches que parecían tanques en espera del
afortunado propietario.
NY es una ciudad única, aunque
supongo que todas lo son. Una ciudad dinámica, que se está regenerando
constantemente. Vibrante, en incesante movimiento. Sorprendente, llena de vida
y tremendamente diversa. NY es una ciudad que no duerme o, mejor, que está muy
despierta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
No te cortes, este es el sitio para expresar tu opinión