2018-11-15

DE BROOKLYN A HARLEM

Nueve días parecen pocos para todo lo que se puede ver en una ciudad como Nueva York, pero no por ello me he perdido lugares memorables. Hemos pateado calles y barrios, desde la punta sur de Manhattan hasta más allá de Central Park. Desde el gueto, voluntario diría yo, del barrio judío de Brooklyn hasta Harlem pasando por Chinatown, Little Italy, el Soho, Chelsea o merodeando Wall Street en el Distrito Financiero. Hemos aprovechado al máximo el metro como una excelente opción para llegar lejos y pronto. Aprendes a moverte por sus estaciones, algunas sorprendentes como la Estación Central donde pareces la hormiguita que va de un lado a otro por las galerías. El autobús o el taxi son alternativas para viajar y ver, pero el intenso tráfico ralentiza la marcha. Un paseo en bici por Central Park o en el ferry por el rio Hudson a State Island para ver la Estatua de la Libertad son otras opciones de movilidad utilizadas.



Un paseo por el puente de Brooklyn o por la High Line, la misa góspel en Harlem, el Empire State o el partido del Madison Square Garden completan lo que los catálogos aconsejan no perderse. Todo esto y más es la visita turística. Podría ser un resumen de mi estancia en NY, pero como tengo la costumbre de escribir algo más elaborado, voy a seguir con la crónica aun aceptando esta condición de turista a la que nueve días te constriñe. En broma diría que el pino de Rockefeler Centrer no lo habían encendido porque ni siquiera estaba instalado. Un día me dijeron que pasó al lado Willam Dafoe, las Naciones Unidas estaban cerradas y los taxis no paraban aunque levantaras el brazo. Ya puestos, no he conocido las mansiones de Long Island ni el barrio del Bronx.

Me gusta ver algo más que una ciudad inmensa. He estado en la “Gran manzana”, sí, pero no la he visto por dentro, algo imposible si no te la abren, naturalmente en sentido metafórico porque, como luego comentaré, vaya que sí se ven sus entrañas. No he estado en las recepciones o eventos que se prodigan por doquier. No he hablado con el ejecutivo o el camarero sobre sus inquietudes o su futuro. Todo ha sido de una superficialidad inevitable que, insisto, tu condición de turista te marca. Por eso hablar de una ciudad en estas condiciones parece una frivolidad inaceptable.

Aun con todo no me resigno a comentar lo que me ha llamado la atención. Calificar la gastronomía neoyorkina  para una persona como yo que vive en un lugar privilegiado en esta materia, puede llevarme rápidamente a darle una baja calificación, máxime teniendo en cuenta la poca importancia que le dan los lugareños. Diría que, más que comer, se nutren. Hemos estado en restaurantes magníficos pero, la gente en general, lo hace mal. Muchos comen algo metido en una caja de cartón andando por la calle o, a lo sumo, sentados de mala manera en cualquier sitio. Con la misa góspel me llevé la gran decepción del viaje por pensar que iba a un concierto y no a una misa de dos horas con un interminable sermón. Times Square es tal vez la zona más concurrida y espectacular en anuncios y degradada en gente y masificación. Tal vez para otros en eso está su encanto.
Puedes encontrar un edificio magnífico que literalmente se pierde en las nubes y al lado una casa modesta de tres plantas, un solar donde intuyes habrá otra torre o un polígono industrial en funcionamiento. Este dinamismo genera mucho tráfico pesado. Así es normal encontrarte enormes tráileres cargados de mercancías por cualquiera de las grandes avenidas.

No puedo dejar de mencionar, siquiera sucintamente, otros aspectos que han acaparado mi atención. Algunos, estos sí, son las entrañas en sentido literal.  Los escapes de vapor por chimeneas en medio de las calzadas. Las trampillas que se abren en las aceras, con riesgo a tu integridad, por donde se meten las mercancías en los comercios. Los millones de toneladas de hierro enterrados para el metro, vías, puentes y edificios. La infinidad de locales, generalmente de la hostelería ubicados en los sótanos. Las interminables colas con controles para ir a eventos o lugares concurridos. Lo exquisitamente ordenado y ameno para subir al Empeire State Building. La suciedad y el ruido de las calles. Algo que no esperaba. La escasez de mendicidad por las calles, lo que denota que hay una eficaz labor de los Servicios Sociales, algo que contrasta con ciudades como Los Ángeles o San Francisco.


Terminando con las entrañas, lo más underground me parece el sistema de remuneración de los camareros que merece capítulo aparte. Práctica utilizada en todo USA. Que una propina se convierta en salario parece una humillación intolerable que convierte a un país en tercermundista. La remuneración por un trabajo no puede estar a expensas de la voluntad graciosa del cliente.

He visto que la gente se hacía muy cercana, amable y dispuesta a ayudar. De muchos colores, pero muy normal que va a su trabajo o a pasear. Quizás intuía bastante gente con trabajo pero con oficios poco cualificados y, por consiguiente, mal remunerados. También una clase acomodada y todo lo contrario. Chóferes con enormes coches que parecían tanques en espera del afortunado propietario.  

NY es una ciudad única, aunque supongo que todas lo son. Una ciudad dinámica, que se está regenerando constantemente. Vibrante, en incesante movimiento. Sorprendente, llena de vida y tremendamente diversa. NY es una ciudad que no duerme o, mejor, que está muy despierta.

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