Hay una anécdota atribuida a un torero de renombre de principios
de siglo XX cuando le presentaron a Ortega y Gasset. El matador preguntó quién
era aquel gachó con pinta de estudiao, a
lo que le respondieron que era filósofo. «¿Filo qué?» —respondió el torero. Al
explicarle que analizaba el pensamiento de las personas, parece que acuñó la
famosa frase: «Hay gente pa tó».
Tuve
en mi mesa de trabajo un calendario de los de taco, donde, además de dejar
espacio para unas breves notas, que era lo principal, informaba del día de la
semana; cuándo salía el sol o la luna; el santo correspondiente y alguna frase
de las de las de pensar. Naturalmente el día 5 de enero llegaba puntual, como
cada año, y siempre con la misma reseña: «San Simón, también llamado San Simeón,
el estilista».
Cualquiera
que leyera esto podía pensar que este buen señor fue nombrado patrón de los
profesionales dedicados al maquillaje, peluquería y vestuario. Yendo más lejos,
alguno se preguntaría qué habría hecho para merecer semejante honor. ¿Tal vez
peinar a reinas y aristócratas? ¿Crear un estilo propio que hiciera furor entre
adolescentes? Pues no. Se subió a vivir a una columna de quince metros de alto
y, allí encaramado, estuvo treinta y siete años. La evocación de esta historia
siempre me ha llevado a recordar la frase del torero.
Simón
no fue el único, pero sí el más importante. Esta acción tuvo sus seguidores,
tiempo y lugar. Empezó en Siria y se extendió por Oriente Medio a partir del siglo V. Una forma de purificarse, meditar y
alcanzar… bueno, no sé, lo que quisieran alcanzar. Ahora sería impensable
permanecer mucho tiempo en espacio tan expuesto sin que algún francotirador, de
cualquiera de las partes en conflicto, hiciera diana en él. Es una atalaya
privilegiada para la observación, y eso pone nervioso a alguien de gatillo
fácil como quienes merodean la zona, por mucho que el morador de tan incómodo
como extraño habitáculo lleve buenas intenciones.
Hay
una confusión de términos, ya que el tal Simón, en realidad, no era estilista
sino estilita, palabreja de origen griego que viene a significar "de la columna”, lo cual despeja muchas
dudas. Como quiera que los editores del calendario, año tras año, persistieran
en el error, en algún momento se lo advertí. Desconozco si me hicieron caso pues
dejé de adquirirlo, aunque no fue este el motivo.
Así
que la vida de este virtuoso —y yo añadiría excéntrico— santo varón, me ha dado
juego para componer un relato situándome en el momento en que toma la decisión
de cambiar de morada, visto desde los ojos de su vecino. Con él he participado
en el taller de Literautas del mes de
junio, y formará parte del libro
recopilatorio que cada año editan y publican. Se trata de un relato muy corto,
no debía pasar de 150 palabras y, entre ellas, debían figurar esperanza, noche y perfume.
El
relato se puede leer pinchando en la pestaña superior Relatos breves. Lo ilustro con una reproducción tomada de Google, donde
se refleja cómo vio la escena el pintor. Se accede pinchando la pestaña superior
Imágenes.
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