Es difícil hacer un análisis frio y objetivo de lo
qué está pasando con el conflicto catalán sin que entren en juego pasiones,
sentimientos, filias y fobias que todos llevamos. Este análisis está hecho pensando
en Catalunya, pero sirve para cualquier otro lugar o circunstancia. La primera
parte está hecha con la razón, la segunda con los sentimientos y la tercera con
la imaginación apoyada en las dos anteriores, ya que el futuro no está escrito.
Seguramente todo muy subjetivo.
Creo que es importante empezar distinguiendo conceptos. No debemos confundir legalidad con legitimidad y menos legalidad con democracia. Todos los países, incluidos los más tiranos, tienen leyes. La legalidad no se sustenta en la democracia per se sino en el poder coercitivo del Estado, en definitiva, en la fuerza de quien está en el poder. La legitimidad la da el pueblo soberano. La democracia es la forma de organización donde las decisiones colectivas son tomadas por el pueblo. Tres conceptos básicos que deberían ir unidos pero que no suele ser así. No es baladí recordarlo. Como quiera que se está llevando la discusión al ámbito jurídico, se da licencia para poder discutir sobre la independencia de los jueces respecto al poder político -algo que está más que cuestionado- y criticar el margen de discrecionalidad con la que actúan a la hora de interpretar la Ley en función de intereses más o menos espurios. Cuando la Ley se antepone a la democracia, algo estamos haciendo mal. Habría que darle a un botón para volver a un punto donde se pudiera negociar sin que se dilucide en los tribunales sino en la política. Sin culpabilizar y acusar de, nada menos, que de sedición por llevar a cabo lo que quiere la gente.
El arte de la política es hacer posible las ansias, deseos y aspiraciones de los administrados. La forma es mediante el diálogo, pero cuando falta, queda la bronca. Así en abstracto, apelar al diálogo es fácil. Pero dialogar es sentarse sin guión establecido, sin vetos, sin límites, de igual a igual, para alcanzar acuerdos. Diálogo sincero, honesto. Esto no se ha dado y lo demás no vale para nada. Las palabras están gastadas. “Democracia” actualmente sirve para una cosa y para lo contrario. Se estira y retuerce en función del provecho de cada uno. Las leyes, incluida la Constitución, ni son perfectas ni inmutables, pero se consideran como si fueran dictadas directamente por Dios.
El poder político se ha escondido detrás del judicial para que le haga el trabajo sucio y esperar sentado a recoger el fruto en próximas citas electorales. Se apoya en la legalidad, carente de legitimidad y despreciando la democracia.El daño ya está hecho porque tiene consecuencias penales, con gente pacífica en la cárcel. Otro, digamos impedimento, es ampliar el sujeto de la decisión a todo el estado y no a la parte afectada. Esto es hacer trampas por muy legal que se considere. Estoy cansado de escuchar como un mantra que “se debe respetar las normas que nos hemos dotado todos los españoles”. No, lo siento, ni nos hemos dado todos esas leyes, ni son todos los españoles quienes deben decidir el futuro de los catalanes, sino ellos solos. Esta constitución está votada afirmativamente por menos del 15% de los actuales ciudadanos. Teniendo en cuenta que los que tienen menos de sesenta años no estaban en edad de votar o no habían nacido. Parece que lo que una minoría decidió hace cuarenta años será la forma de organización de generaciones futuras in secula seculorum.
En este conflicto subyace la mentalidad del imperialista que siente humillado su orgullo patrio, de absolutistas venidos a menos que no quieren perder lo que les queda y, para eso, recurren a lo que haga falta. Así se explica que las dotaciones de policías trasladados desde Andalucía para no se sabe muy bien qué ante un pueblo pacífico, los despidieran con arengas de “a por ellos, oe… a por ellos, oe…” o que los policías acantonados se manifestaran -como unos hooligans cualquiera- al grito de “que nos dejen actuar”. Ya se sabe qué supone esto. Todos estos desgraciados incidentes y la saña con la que actuaron, me ha recordado, salvando las distancias, el episodio sucedido el 12 de octubre de 1936, día de la exaltación patriótica, en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca. El General Millán Astray, fundador de la legión española dijo refiriéndose a vascos y catalanes: «cánceres en el cuerpo de la nación. El fascismo, que es el sanador de España, sabrá cómo exterminarlas, cortando en la carne viva, como un decidido cirujano libre de falsos sentimentalismos». Todos conocemos la respuesta del rector, Miguel de Unamuno: «Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque para convencer hay que persuadir y para persuadir necesitaréis algo que os falta, razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España». Me da que pensar que todavía estamos en eso. El fondo es el mismo y las formas parecidas. El PP blande el Código Penal y recuerda a Puigdemont que puede acabar como Companys, que fue encarcelado y fusilado por hacer lo mismo. Objetivo la Patria Una por encima de todo y de todos, cueste lo que cueste. Esto es una cuestión de Estado y, de paso tapo los chanchullos que me salpican.
Este embrollo no ha hecho más que empezar. No veo el final, pero no hace falta ser adivino y vaticino lo peor. Se han convocado elecciones que no solucionarán nada y, a día de hoy, ni siquiera sabemos quienes se presentarán. El gobierno español no es tonto y conoce la determinación de los catalanes en sus pretensiones. Pero también sabe que su movimiento es pacífico, lo cual le da una enorme ventaja a la hora de aplicar medidas represivas. Meterá mano dura para acallarlos durante un tiempo, justificar su desaguisado, ganar puntos ante una parte de españoles entregados y vengar su orgullo herido ante una afrenta tal como la que les supone que alguien quiera autodeterminarse. Aumentará el control y la represión. Se harán acusaciones gravísimas contra figuras destacadas. Se ilegalizarán partidos y se inhabilitarán candidatos. Ya lo hicieron en Euskadi sin cortarse un pelo y no tengo duda de que lo volverán a hacer si lo consideran oportuno. A partir de las elecciones, vuelta a empezar. Estaremos con el mismo problema encima de la mesa.
¿Y el diálogo?, ¿y la democracia? ¿y la fraternidad? ¡Ah! Eso. ¡Qué bellas palabras! Hoy no toca. Hablaremos de ellas cuando les quitemos a los insurrectos del poder y después de extender el modelo represivo a otros territorios. Esto se parece más a Turquía que a Europa. No, peor, que allí no tienen monarquía.
Creo que es importante empezar distinguiendo conceptos. No debemos confundir legalidad con legitimidad y menos legalidad con democracia. Todos los países, incluidos los más tiranos, tienen leyes. La legalidad no se sustenta en la democracia per se sino en el poder coercitivo del Estado, en definitiva, en la fuerza de quien está en el poder. La legitimidad la da el pueblo soberano. La democracia es la forma de organización donde las decisiones colectivas son tomadas por el pueblo. Tres conceptos básicos que deberían ir unidos pero que no suele ser así. No es baladí recordarlo. Como quiera que se está llevando la discusión al ámbito jurídico, se da licencia para poder discutir sobre la independencia de los jueces respecto al poder político -algo que está más que cuestionado- y criticar el margen de discrecionalidad con la que actúan a la hora de interpretar la Ley en función de intereses más o menos espurios. Cuando la Ley se antepone a la democracia, algo estamos haciendo mal. Habría que darle a un botón para volver a un punto donde se pudiera negociar sin que se dilucide en los tribunales sino en la política. Sin culpabilizar y acusar de, nada menos, que de sedición por llevar a cabo lo que quiere la gente.
El arte de la política es hacer posible las ansias, deseos y aspiraciones de los administrados. La forma es mediante el diálogo, pero cuando falta, queda la bronca. Así en abstracto, apelar al diálogo es fácil. Pero dialogar es sentarse sin guión establecido, sin vetos, sin límites, de igual a igual, para alcanzar acuerdos. Diálogo sincero, honesto. Esto no se ha dado y lo demás no vale para nada. Las palabras están gastadas. “Democracia” actualmente sirve para una cosa y para lo contrario. Se estira y retuerce en función del provecho de cada uno. Las leyes, incluida la Constitución, ni son perfectas ni inmutables, pero se consideran como si fueran dictadas directamente por Dios.
El poder político se ha escondido detrás del judicial para que le haga el trabajo sucio y esperar sentado a recoger el fruto en próximas citas electorales. Se apoya en la legalidad, carente de legitimidad y despreciando la democracia.El daño ya está hecho porque tiene consecuencias penales, con gente pacífica en la cárcel. Otro, digamos impedimento, es ampliar el sujeto de la decisión a todo el estado y no a la parte afectada. Esto es hacer trampas por muy legal que se considere. Estoy cansado de escuchar como un mantra que “se debe respetar las normas que nos hemos dotado todos los españoles”. No, lo siento, ni nos hemos dado todos esas leyes, ni son todos los españoles quienes deben decidir el futuro de los catalanes, sino ellos solos. Esta constitución está votada afirmativamente por menos del 15% de los actuales ciudadanos. Teniendo en cuenta que los que tienen menos de sesenta años no estaban en edad de votar o no habían nacido. Parece que lo que una minoría decidió hace cuarenta años será la forma de organización de generaciones futuras in secula seculorum.
En este conflicto subyace la mentalidad del imperialista que siente humillado su orgullo patrio, de absolutistas venidos a menos que no quieren perder lo que les queda y, para eso, recurren a lo que haga falta. Así se explica que las dotaciones de policías trasladados desde Andalucía para no se sabe muy bien qué ante un pueblo pacífico, los despidieran con arengas de “a por ellos, oe… a por ellos, oe…” o que los policías acantonados se manifestaran -como unos hooligans cualquiera- al grito de “que nos dejen actuar”. Ya se sabe qué supone esto. Todos estos desgraciados incidentes y la saña con la que actuaron, me ha recordado, salvando las distancias, el episodio sucedido el 12 de octubre de 1936, día de la exaltación patriótica, en el Paraninfo de la Universidad de Salamanca. El General Millán Astray, fundador de la legión española dijo refiriéndose a vascos y catalanes: «cánceres en el cuerpo de la nación. El fascismo, que es el sanador de España, sabrá cómo exterminarlas, cortando en la carne viva, como un decidido cirujano libre de falsos sentimentalismos». Todos conocemos la respuesta del rector, Miguel de Unamuno: «Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta, pero no convenceréis porque para convencer hay que persuadir y para persuadir necesitaréis algo que os falta, razón y derecho en la lucha. Me parece inútil pediros que penséis en España». Me da que pensar que todavía estamos en eso. El fondo es el mismo y las formas parecidas. El PP blande el Código Penal y recuerda a Puigdemont que puede acabar como Companys, que fue encarcelado y fusilado por hacer lo mismo. Objetivo la Patria Una por encima de todo y de todos, cueste lo que cueste. Esto es una cuestión de Estado y, de paso tapo los chanchullos que me salpican.
Este embrollo no ha hecho más que empezar. No veo el final, pero no hace falta ser adivino y vaticino lo peor. Se han convocado elecciones que no solucionarán nada y, a día de hoy, ni siquiera sabemos quienes se presentarán. El gobierno español no es tonto y conoce la determinación de los catalanes en sus pretensiones. Pero también sabe que su movimiento es pacífico, lo cual le da una enorme ventaja a la hora de aplicar medidas represivas. Meterá mano dura para acallarlos durante un tiempo, justificar su desaguisado, ganar puntos ante una parte de españoles entregados y vengar su orgullo herido ante una afrenta tal como la que les supone que alguien quiera autodeterminarse. Aumentará el control y la represión. Se harán acusaciones gravísimas contra figuras destacadas. Se ilegalizarán partidos y se inhabilitarán candidatos. Ya lo hicieron en Euskadi sin cortarse un pelo y no tengo duda de que lo volverán a hacer si lo consideran oportuno. A partir de las elecciones, vuelta a empezar. Estaremos con el mismo problema encima de la mesa.
¿Y el diálogo?, ¿y la democracia? ¿y la fraternidad? ¡Ah! Eso. ¡Qué bellas palabras! Hoy no toca. Hablaremos de ellas cuando les quitemos a los insurrectos del poder y después de extender el modelo represivo a otros territorios. Esto se parece más a Turquía que a Europa. No, peor, que allí no tienen monarquía.
Me parece un comentario muy valiente y certero. Los derechos proclamados en La Declaración Universal de los Derechos Humanos están por encima de todo
ResponderEliminarEso creo yo. Los DD.HH. son la esencia de la democracia. La Ley, para ser democrática, debe ser la que quiere el pueblo. El derecho a la libre determinación es uno de esos Derechos que también el Reino de España los aceptó pero no los cumple.
ResponderEliminarNo es frecuente que alguien comente, así que muy agradecido por tu comentario.
Hola:
ResponderEliminarYo creo que se tiende a un mundo globalizado para poder avanzar. De esta forma se acaban las desigualdades.
Un saludo.
Hola:
ResponderEliminarTu opinión está muy extendida fundamentalmente entre quienes no están en la piel de quienes sufren el dominio de otros. No te digo que sea mala ni que la desprecie. No la comparto. Creo que hay que empatizar con quien reclama este derecho si queremos ser medianamente ecuánimes.
El comentario está centrado en Catalunya porque es de actualidad, pero vale para cualquier parte del mundo: Sahara, Palestina, Kurdistán, Euskalherria, Escocia, Tíbet, Quebec, Córcega, Flandes, Ulster, Chechenia, Laponia... y asi cientos de pueblos que han sido sometidos por la fuerza de la conquista y que tienen derecho a decidir. La globalización tiene que ser voluntaria y no tiene que implicar perder tus raíces, tu forma de ser o tus intereses. La globalización, tal como nos la están metiendo, es crear mercados extensos para beneficio de las multinacionales. Lo demás me parece un adorno.
Gracias por comentar.