Ya huele a castañas asadas
por la calle, primera señal de que el verano llega a su fin. Los estudiantes
han iniciado las clases, el día tiene
cuatro o cinco horas menos y la jornada laboral se alarga, al menos
aparentemente, porque después no queda nada.
Dentro de poco el otoño
lucirá en todo su esplendor, empezarán a caer las hojas y habrá que sacar del
armario las prendas de abrigo, o renovar vestuario quien se lo pueda permitir
sin esperar a las rebajas.
Luego vendrá primero la
lluvia y luego la nieve en un ciclo que se repite indefectiblemente año tras
año y que nos vuelve a la realidad de la vida como un largo invierno.
Porque el verano es un paréntesis
que para cuando comenzamos a cogerle gusto, ya se ha acabado. Y nos damos cuenta
que ha pasado otro más que sumar a la lista.
Ya hablando de estudiantes,
la foto que se puede ver pinchando en el
cuadro superior Imágenes la tomé en una universidad
francesa. Dos estudiantes a los que parece que no les preocupa que el verano se
acabe ni, tal vez, tampoco todo lo demás. Es posible que ni lleven lista.
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