Existe
una vacuna eficacísima contra los males que asuelan la sociedad. No estoy
seguro si se ha descubierto a propósito o se ha producido por el propio devenir
en la forma de afrontar los problemas. En cualquier caso los efectos no los
produce frente las calamidades o el mal ajeno que siguen intactos –igual de
letales quiero decir-, sino que tiene efectos sedantes con quienes contemplamos
el mundo desde nuestra atalaya.
Constantemente
llegan a nuestro correo peticiones de firma de apoyo a causas de lo más
variopintas. Seguramente la mayoría nobles y justas. De otras tengo mis dudas
sobre sus verdaderos propósitos. Es cuando desde la comodidad de nuestro sofá y
con una carga entre interesada y displicente, decides en unos segundos si la
causa es digna de tu firma o la mandas directamente a la papelera.
En
dos días se han recogido más de trescientas mil firmas para que no sacrificasen
a un perro –que finalmente ha terminado achicharrado-, mientras su dueña y otros miles más
sin nombre morirán de ébola sin que
aparentemente se haga nada eficaz por evitarlo. Luego vendrán los maratones
televisivos, los retos solidarios, el día del lacito o la banderita en contra o
a favor de algo. Con este empacho nos damos por cumplidos sin empatizar
realmente con el problema. Desvirtuamos por completo el método. Lo hacemos
inútil si no va acompañado de otras acciones.
De
vez en cuando publican en los medios informativos noticias de conflictos
armados, de matanzas, de torturas, de violaciones de personas y de derechos
humanos, de hambruna. Parecen nuevos pero la mayoría se están repitiendo todos
los días del año y no se detienen con la entrega de una caja con cincuenta mil
firmas. El último estrago hace que olvidemos el anterior como si ya no
existiera.
Tengo
para mí que esto de las firmas se ha convertido en el gran timo. Como decía al
principio posiblemente sea el mejor invento y a su vez el más maquiavélico. Quizás
en un principio no fue así y tenía su efecto positivo, pero la casta dirigente entre
sus escasas virtudes tiene la habilidad de saber cómo se puede retorcer en su beneficio
lo que no le gusta. Vio que también de esto se podía sacar provecho y
desvirtuar su fuerza. Acalla conciencias y crea en los firmantes la falsa
ilusión de estar comprometidos en la resolución de causas nobles. El sistema
funciona. Todo sigue igual.
Entre
tanto llegan las elecciones y con la misma actitud irreflexiva –lo digo como lo
pienso- con la que apoyamos, o no, una causa según nos da el aire, ese día
depositamos el voto en los mismos que no han sabido o no han querido resolver
los problemas o paliar las causas que han originado nuestras protestas. Porque
en su desidia está su beneficio.
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