Antes
de abrir el sobre ya conoces su contenido y quién ha tenido la osadía de
considerarte lo suficientemente cercano como para invitarte a su boda. Si
no conocías de antemano la noticia te
echas a temblar y si la conocías pasas directamente a una fase superior para la
que me voy a ahorrar los calificativos.
Reconozco
que hay a quien le gusta, pero a mí me parece una invitación envenenada. Por
suerte son pocas las que me llegan, así que también son pocas las veces que
declino la invitación, casi las mismas.
Todavía
conservo esa idea de que una celebración de boda es para felicitar a los
contrayentes, disfrutar del día en compañía de los allegados y ayudar a la
pareja con el ajuar. Nada que ver con lo que se lleva ahora donde abunda la
chabacanería, la horterada y el mal gusto, si no la obscenidad y desmesura.
Una
boda es un cúmulo de despropósitos. Entre quienes tienen menos escrúpulos o
menos vergüenza se estila que los días previos los amigos de él se lo lleven a
otra ciudad, se pongan ciegos de todo, cometan tropelías varias, y terminen en
algún tugurio. Las amigas de ella la pasean -también por otra ciudad- con un
pene de goma enhiesto en la cabeza y seguramente acaban en un espectáculo donde
un tipo en tanga se esmera especialmente con la novia.
La
vestimenta de la tropa de invitados va desde lo que podemos considerar elegancia,
sombreros de ellas y chaqué de ellos, a quienes compiten por ir a cual mas
hortera con prendas que ni te imaginas que existen con colores imposibles. En
medio los demás. En definitiva, los que son, los que tratan de aparentar y los
auténticos. No sabría decir quien es quien.
Ahora
suena a risa, pero en mi boda me regalaron una sandwichera o un reloj de
metacrilato entre otros objetos y la mayoría de mis amigos nada. Desde el punto
de vista económico fue una ruina. Nada que ver con las de ahora donde se pone
una lista de boda en el más selecto establecimiento comercial. O directamente
se indica el número de cuenta donde ingresar la pasta. Porque, como decían en
una reciente invitación, tu mejor regalo
es nuestro viaje. Parecido al tu
presencia es mi mejor regalo que yo decía.
Un
primo mío, que llevaba viviendo en pareja una porrada de años, vio el chollo
que supone casarse y montó su boda con ceremonia religiosa incluida, quizás
para dar más apariencia de verosimilitud y con la consigna de que el regalo,
naturalmente, fuera dinero porque tenía
la casa montada y bien montada.
Sensu
contrario, lo que para los novios es un chollo, para los invitados -al margen
de otras consideraciones- supone un gasto excesivo entre regalo, ropa,
desplazamientos que a veces hay y dispendios varios. Así que, decididamente, si
hay que irse de viaje, prefiero hacerlo yo a que me lo enseñen otros en su magnífico
álbum.
Al
menos -de momento y que dure- no se celebran segundas nupcias.
Como
colofón a cuanto digo en este exagerado post, se pueden ver unas imágenes que
lo ratifican plenamente. Las de arriba las tomé a la entrada de la ceremonia de
la boda que comento del regalo del viaje. Las otras son de internet. Se pueden
ver pinchando en el cuadro superior Imágenes.
Estoy totalmente de acuerdo en tu comentario. La diferencia es, desde mi punto de vista, que la boda actual es un acto social más, que no tiene un compromiso lo suficientemente fuerte, y por tanto es un momento para pasarlo de miedo.
ResponderEliminarEn otras épocas, independientemente de la ideología de cada uno, la boda era un compromiso único en la vida de una persona y por tanto representaba una vida de lealtad hacia el cónyuge.
No estoy en disposición de afirmar cual es la mejor de las opciones, cada una es hija de su tiempo, costumbres y situación económica, pero si me obligan a manifestarme, diré que prefiero la antigua por la austeridad y una forma de celebración en la que cada invitado se presentaba ante la sociedad de forma más natural y equilibrada.