En
cuanto le vi asomar, me imaginé que no traía nada bueno. Renqueante y
demacrado, calculé que habrían pasado tres, quizás cuatro años desde la última
vez que cruzara esa puerta. Luego echando cuentas fueron seis, aunque por su
aspecto cualquiera hubiera echado quince. Antes de que llegara hasta mí, me
puse a la defensiva y mi cabeza empezó a maquinar el modo de quitármelo de
encima con rapidez y delicadeza, porque seguro que a dar no venía.
No hizo falta preguntar para saber que su andar y su
aspecto eran consecuencia de un ictus, así que los prolegómenos de la
conversación eran obligados. La sorpresa fue conocer que el derrame cerebral le
sobrevino en la celda de una prisión, lugar en el que llevaba chapado dos años
después de que le pillaran en el aeropuerto con casi un kilo de farlopa
camuflado en cada pierna. Venía de Brasil, lugar al que había acudido a recoger
la mercancía que le sacaría de la miseria a la que su adicción le había
llevado. Probablemente dirigido por la misma mafia a la que tuvo la desgracia
de acudir para que le prestaran una pasta que se fundió rápidamente y que, por
no cumplir con los plazos de devolución, le costó sus dedos índice y corazón de
la mano izquierda que sus prestamistas se cobraron a modo de intereses, que no
de principal.
El ictus le sacó antes de tiempo del talego –ironías
del sistema penitenciario- y se encontró en la calle con medio cuerpo inútil; con
un padre con cáncer y una hermana metida en política de la chunga que da para
otra historia; sin familia y con una ex porque se han desentendido de él; sin
la empresa que del mismo modo que fundó la fundió; con un montón de deudas y de
enemigos; con una exigua paga de invalidez que justo alcanza para pagar una
cochambre de habitación y con una vida por delante lo suficientemente larga
como para ir conociendo progresivamente más penalidades que seguro se irán
acumulando, pero no lo suficiente como para que pudiera rehacerla.
De su adicción al juego, causa y motivo de tantas
penalidades, no hice mención por no hurgar en la herida.
Los detalles del relato hicieron que se demorara el
motivo de la visita. Cuando lo soltó no supe si tomarlo como un acto de
generosidad hacia un excompañero carcelario o como una liada más de las que en
tiempos nos tenía acostumbrados. Me quedó la duda de si lo que el infortunado
hacía era dar o recibir. El documento que me pedía –y que redacté pero,
naturalmente, tuve la precaución de no firmar-, difícilmente iba a surtir el
efecto pretendido. Una Oferta de Trabajo
ficticia dudo que per se ponga en
libertad provisional al colega sin otro condicionante que lo respalde. Supongo
que son vanas esperanzas que se crean en un ambiente en el que la necesidad de
libertad hace que vuele la imaginación. Al menos no saqué la cartera como en
otras ocasiones.
Se fue con la carta en el bolsillo, renqueante como
entró y con la promesa de volver para poner en marcha sus proyectos.
Me hubiera gustado contar esta historia en la sección
Relatos Breves y que hubiera sido
producto de mi imaginación, pero toda ella es real como la vida misma.
Que historia mas dura, como las tantas que existen pero hasta que no las ves de cerca no te das cuenta. Las adicciones suelen tener consecuencias desastrosas si no las controlas y eso es muy dificil. Lo normal es que te controlen ella a ti
ResponderEliminar