A
la vista está que el ser humano es un depredador nato. En esto se distingue del
resto de animales. No creo que esto siempre haya sido así sino que, precisamente
por su mayor inteligencia, se ha ido
conformando más cruel, vengativo y sanguinario.
Pero
del mismo modo que se distingue por esa capacidad ilimitada de hacer el
mal, también lo hace por su capacidad de
sentir, de emocionarse, de apasionarse y de percibir un placer íntimo con las
personas o cosas y que va más allá del puro goce físico.
Estamos
viviendo una época convulsa, viviendo a diario situaciones de injusticia, de
violencia, de personas que sufren y lo pasan mal o nos ocurre a nosotros mismos.
Así es complicado abstraerse, disfrutar momentos de tranquilidad y desarrollar
estas capacidades. Parece que disfrutar es un lujo que no nos podemos permitir.
La vida ajetreada y banal que llevamos tampoco contribuye en nada. Nos hace más
consumidores, más dependientes, más superficiales y más imbéciles.
Yo,
en torno a estas fechas navideñas -o quizás a pesar de ellas- suelo tener mis
momentos especiales de emoción, de placer íntimo. Puede que sean rescoldos de
un pasado más espiritual o tal vez puede que se deba al frío, o que el día es más
corto o simplemente que mi naturaleza me lo pide.
Especialmente
me da por escuchar música y me identifico plenamente con la emoción y la pasión
que puso su autor cuando la escribía, porque sólo lo que está hecho con el
corazón puede calar en los demás. Esos sentimientos llenan completamente mi
cuerpo y quitan alguna hora de mi sueño, que ya es quitar con lo estricto que
soy yo para las horas de cama.
No
escucho rock que sería la música con la que habitualmente me siento más
identificado. Se trata de obras como la de John Lennon con su Imagine, Melodía
desencadenada, El Aleluya de Handel, Aria de Bach, o hablando de las navidades,
de Noche de paz, Adeste Fideles o Hator Hator cantadas por algún coro. Solo por
poner algunas, pero hay más y todas ellas me producen un estado de ánimo que
invita al recogimiento placentero y a alguna lágrima de emoción contenida.
Reconozco
que la mayor producción musical se ha hecho en la soledad de los conventos o de
uno mismo y, por lo general, con una profunda carga espiritual y religiosa. El
misticismo facilita mucho las cosas. Tal vez hasta hace poco era el único modo
pues la religión lo envolvía todo. Pero no tiene que ser necesariamente así. Es
un placer al que no podemos renunciar los que no esperamos nada de dios o de
los dioses, si alguno de ellos existiera.
A
veces tengo la sensación de que nos están quitando el derecho a disfrutar de
aquello que no tiene una contraprestación monetaria. Por eso, sea cual sea
nuestra situación, debemos propiciar estos momentos de relajación y de
encuentro con nosotros mismos que no pasan por caja pero colman nuestro gozo. Encuentra
ese momento, pon en You Tuve el Ave María cantada por Pavarotti, cierra los
ojos y déjate llevar.
A mi me apasiona la música clásica y generalmente llevo puestos mis cascos cuando me desplazo. Es una gozada. Te podría señalar muchas mas piezas que logran esas sensaciones que dices, pero las que nombras no están mal.
ResponderEliminarNo estoy de acuerdo en que seamos más crueles que antes, simplemente el hombre de hoy apura cada momento de su vida como si fuera el último. Tiene miedo al futuro, la enfermedad y muerte, y éstas no tienen cabida en su programa. Yo creo que el que vive con miedo no disfruta de una vida global sino de instantes, momentos...
ResponderEliminarTal vez sea como dices, pero yo iba por aquello de que el hombre es un lobo para el hombre, cosa que no se ve en otras especies animales y, efectivamente, el miedo tiene un efecto paralizador.
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