Pasar por un quirófano es algo que sucede pocas veces en nuestra vida. Recientemente me ha ocurrido a mí por un motivo liviano, así que lo recibí como novedad que era y con todos los sentidos abiertos a captar detalles.
Tal vez lo peor es la preparación y la espera. No sabes con qué te vas a encontrar. Pero una vez que oyes tu nombre y traspasas la puerta, todo se precipita. Alea jacta est.
Despojado por completo de tus ropas, te pones una ridícula bata de usar y tirar que, por mucho que lo intentes, irás, sí o sí, enseñando el culo. Te calzas unos plásticos con goma para no ir dejando huella con el sudor de los calcos. Aunque ese día hayas puesto especial esmero en el aseo, ese día te abandona tu desodorante.
Te colocas en la camilla a la orden de: échese boca arriba. Con lo elegante que hubiera quedado decir: tiéndase decúbito supino, que viene a ser lo mismo pero en fino.
Un camillero te va trasladando a través de varios pasillos y puertas. La sensación que percibía era como las pelis de hospitales cuando trasladan a los accidentados. Lo único que veía era la barbilla del camillero y como las luces fluorescentes del techo iban pasando y se perdían tras de mí.
Llegado a destino que es el quirófano, se asemeja a los boxes de cualquier circuito de carreras. Una estancia cuadrada llena de aparatitos y luces. Varias personas rodean tu coche/camilla y te van preparando. Cada una con un cometido específico: oxígeno, parches, tubos, medidor de tensión, agujas, limpieza. Alguien te da las últimas instrucciones y te enchufan el combustible, para esta ocasión de color blanco, que te hace correr raudo y veloz -no entiendo por qué la redundancia de esta expresión- a los brazos de Morfeo.
Cuando despiertas en otra sala y te recuperas un rato, agradeces la atención prestada, tiras a la basura la ridícula bata y las calzas y te pierdes entre la vorágine del tráfico, esta vez en un coche de verdad. Llovía.
Me llamó la atención el trato recibido en quirófano. Aparte de las instrucciones puntuales que me dieron, parecía como si yo no existiera. Como si lo que había encima de la camilla fuera un objeto en la cadena de montaje al que van ensamblando mecánicamente. Yo debía ser el protagonista escénico. Pasivo pero principal. Todos hablaban de sus cosas, de sus situaciones laborales y personales, de sus proyectos y chascarrillos. Lo mío era pura rutina. Yo no contaba. Es la misma escena que se vive cuando vas al supermercado. Las empleadas ignoran tu presencia mientras pasan los artículos por el lector del código de barras y solo se dirigen a ti cuando te piden el precio. El resto de tiempo cotillean con la compañera de al lado con total indiscreción y falta de profesionalidad. Y así podemos verlo detrás de un mostrador, en muchas oficinas de la administración o en cualquier sitio donde coincidan dos controladores de aparcamiento, por ejemplo.
Esta situación no por repetida deja de sorprenderme y choca con lo que yo estoy acostumbrado en mi trabajo. A quien estás atendiendo solo le interesa lo suyo. El trato exquisito al cliente se debería dar en cualquier circunstancia, no solo como una estrategia de venta, sino como un deber profesional y como deferencia hacia los demás.
A ver si lo he entendido. Esto es la continuación a relato II? Ya te lo decía yo, al final era un hospital.
ResponderEliminarBarkatu, continuación a relato breve tercera parte. Eso era lo que quería decir.
ResponderEliminarJajajaj Me estás jodiendo tio y me estoy liando. Ya no sé si peso yo cien kilos y tengo todos los huesos partidos. Creo que no. Lo que me hicieron en el hospital ni lo sentí y me dejaron ir.
ResponderEliminarTal vez debería diferenciar la ficción de la realidad, pero a estas alturas casi que me da igual.
Salu2.
En cuanto a mi experiencia (he sido cajera 14 años), te diría, que lo contrario también pasa. Te sorprenderías, la de gente que ignora que existe una persona delante la caja. Lo que no justifica, evidentemente, esa actitud de cajera - cliente que tu mencionas.
ResponderEliminarSiempre te quedará el mercado (la plaza) ahí tienes a todos los vendedores, con una eterna sonrisa, y deseando despachar. Y seguramente más barato que en el super.
Tienes razón y te pido disculpas. A veces por generalizar o por hacer la gracia no nos damos cuenta de que no todo el mundo es así. Supongo que estar ocho horas todos los días aguantando impertinencias, hace que te despersonalices en ciertos momentos. También tengo que decir que encuentras trabajadoras/es con mejor atención que lo que deberían con el sueldo que reciben. Y hablando de la plaza, es precisamente el sitio en el que habitualmente hago la compra y lo hago porque me gusta ese trato personalizado. Te conocen y les conoces. Lo del super es para otros productos.
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