Iker, con 7 años, era el niño más feliz del universo. Vivía en el caserío con sus padres, los animales y la naturaleza. A veces se apenaba cuando su aita se hacía el remolón para ir a trabajar y su ama le reñía por ello.
Josepo, era un padre bonachón.
Un idealista, decía. Vivía bien, pero quería vivir mejor. Anhelaba no pegar ni
golpe. La buena de Begoña replicaba que más bien era un iluso y un soñador, que
a fin de cuentas venía a ser lo mismo.
—¡Baja de la nube, Josepo, que
las ilusiones no nos dan de comer y ponte a trabajar; el caserío no se lleva
solo! ¿Cuántas veces te lo voy a repetir? Arrea con las vacas que ellas también
comen —se imponía Begoña cuando Josepo alargaba el desayuno en la cocina.
Todos los días se oía el
mismo reproche y la misma contestación. No es que Josepo fuera un vago y Begoña
una gruñona. A él le costaba ponerse a la faena. Le gustaba el caserío, la vida
en el campo y adoraba a Begoña, pero lo de trabajar todo el día lo llevaba mal.
Begoña sabía cómo llevarle el aire.
—¡Ay si tuviera una varita
mágica! Con un toque haría lo que quisiera. Me dedicaría a… a… —protestaba
entornando los ojos mientras se levantaba a regañadientes.
—Aita —le decía Iker—, yo,
si quieres, te puedo ayudar. Tengo un amigo que es mejor que un mago. Vive con
una familia muy grande aunque son muy muy pequeños y son muy trabajadores.
—Ay qué cosas te cuenta
amatxo para que te duermas —contestó Josepo con una sonrisa—. Ya me gustaría
conocerlos.
—A mí me ayudan para
arreglar mi cuarto y con las tareas del cole. Si quieres te los presento.
Antes del anochecer, Josepo
solía ir a pasear por el bosque y sumirse en la nebulosa de sus pensamientos.
Una tarde se adentró más de lo habitual y se sentó a descansar recostado en una
roca al lado del camino. Entornó los ojos. No habría pasado mucho tiempo
cuando la piedra donde estaba sentado empezó a moverse. Josepo dio un salto
asustado y levantó su bastón dispuesto a golpear lo que fuera que de allí
saliera.
—¡Quita tu culo de mi puerta
gordinflón! ¿No ves que no me dejas salir? —gritó un hombrecillo que no mediría
más de cuatro dedos.
—¡Rediós! ¿De dónde ha salido
este enano?
—De mi casa, ¿es que no lo
ves? Y no me llamo enano soy galtzagorri,
¿tampoco ves mi pantalón rojo? galtza-gorri
pantalón-rojo, ¿lo pillas?
—Vaya, vaya, creía que los
duendes solo existíais en los cuentos.
—Ya te digo: muy idealistas,
poco crédulos. Nos ha dicho tu hijo que te cuesta arrancar en el trabajo. Te
echaremos una mano.
—O sea que, según las
leyendas, vosotros sois quienes os gusta trabajar sin parar, ¿no es así?
—Pues sí. Trabajar,
trabajar, trabajar. Pero solo por las noches, eh. No queremos que nos miren
mientras lo hacemos.
—Sería una suerte para mí si
pasarais por mi caserío. Os ibais a hartar en seguida.
—¿Hartar? Ya me has picado ¿No
te lo crees? Hagamos un trato y ya me dirás. Vienes al atardecer, ordenas qué
debemos hacer y a la mañana siguiente lo tendrás hecho.
—¡Ja, ja, ja! ¿Pero tú de
qué vas? Ya me gustaría veros ordeñando mis vacas. Anda, déjate de cuentos y
vuelve al zulo. —concluyó Josepo al marcharse.
Al día siguiente, después
del desayuno, encontró a las vacas pastando plácidamente por el campo,
ordeñadas y las tres lecheras llenas. Josepo se frotó las manos de alegría. Esa
tarde se acercó a la roca un tanto receloso. Salieron multitud de hombrecillos
pantalón rojo que le rodearon mientras decían:
—¿Y ahora, qué?, ¿y ahora,
qué?
Josepo se acordó de la leña.
Al día siguiente tenía la leñera repleta para todo el invierno. «¿Y ahora,
qué?, ¿y ahora, qué?», le dijeron. Al levantarse habían desaparecido las malas
hierbas, las plagas y los topillos. «Y ahora, qué, y ahora, qué», le volvieron
a decir. Le llenaron el granero, esquilaron las ovejas, hicieron un nuevo
corral y empedraron el camino.
Josepo no podía más. No
sabía cómo terminar con lo que en principio le gustó pero que se había
convertido en una pesadilla. Begoña estaba asombrada del cambio. Josepo salía
todos los días temprano sin decir nada. Volvía a casa aburrido de dar vueltas
todo el día. «¿Y ahora, qué?, ¿y ahora, qué?» le martilleaban en la cabeza.
Los galtzagorri empezaron a ponerse inquietos porque ya no les daba
trabajo. Josepo empezó a preocuparse pues temía que se enfadaran, así que les
propuso no trabajar más para él.
—Tenías que haber leído
antes la letra pequeña. Estamos unidos a ti. Nuestro contrato solo terminará
cuando no podamos hacer tu encargo.
Ese día había una fuerte
tormenta. Josepo se acercó a la roca y les dio un saco de arpillera.
—Llenadlo de rayos. Vendré
mañana a por ellos —les ordenó con una sonrisa.
Al atardecer del día
siguiente Josepo fue a la roca entre expectante y temeroso. Se encontró el saco
vacío. De los galtzagorri no halló ni
rastro.
Cuando llegó a casa, no
podía más de contento. Abrazó a Iker y le dijo:
—Dale las gracias a tus amigos. Me han dado una buena lección. He aprendido que no hay que ponerle mala cara al trabajo y que la magia existe.
Este relato responde a la propuesta de JascNet de ACERVO DE LETRAS con los siguientes requisitos: cuento sin dramas, con final feliz, donde aparezcan un niño/a y una criatura fantástica.
Este es el enlace: https://jascnet.wordpress.com/2022/12/01/vadereto-diciembre-2022/
Precioso, Isan.
ResponderEliminarUn auténtico cuento infantil.
La verdad es que me ha sorprendido, porque en este caso, el verdadero protagonista es el adulto, y el que le hace creer en la magia es el niño. ¡Maravilloso!
Además, con su buena moraleja.
Eso sí, he ido a la cocina, que la tengo todavía magna por hombro, y he gritado varias veces: ¿Y ahora, qué?, ¿y ahora, qué? Pero ahí no ha aparecido ningún galtzagorri. Se ve que por aquí abajo no ayudan. 😅😂
Muchísimas gracias por la aportación. A la familia acervolense, de la que ya eres miembro oficial, le va a encantar.
Un cuento que le leeré a mi sobrino.
Un abrazo. 🤗😊👍🏼
Gracias, J.A. Me alegra que te haya parecido buena aportación, pero lo que más me agrada es que se lo leas a tu sobrino. Es un honor. Un abrazo
EliminarHola Isan, ¡qué gusto leerte también por acá en El Acervo. Me ha encantado tu cuento, me parece muy tierno y con su buena moraleja. Gracias por compartirlo. Saludos.
ResponderEliminarHola, Ana. Sí, vi la invitación y me animé con el cuento. Me gustaría que mi participación fuera constante, todo depende de mis ocupaciones. Un abrazo.
EliminarHola Isan. ¡¡¡¡Me ha encantado el cuento!!!! Lleno de magia, poesía y moraleja para reflexionar. Un bello relato para cualquier época. Un abrazo 🐾
ResponderEliminarHola, Rosa. Cuánto me alegro que lo encuentres lleno de magia, como deben ser los cuentos. Un abrazo también para ti.
EliminarMuy bonito! Y con moraleja, que no es fácil. Lo de guardar los rayos me ha encantado.
ResponderEliminarAdemás, podía pasar a formar parte del folklore popular, pues hay cantidad de leyendas sobre estos seres pequeñitos que no paran y no paran hasta que se les da algo imposible que hacer.
Mi niña interior te aplaude 😊Agur
Hola, Maite. La propuesta decía de meter, si era posible, algo de leyendas y por aquí tenemos unas cuantas. A lo de algo imposible le di varias vueltas hasta que salió. Me gusta que conserves ese espíritu. Eskerrik asko por comentar. Un abrazo.
ResponderEliminarHola, Jose. Gracias a ti por leerlo. Me alegro de que te haya gustado. Un abrazo.
ResponderEliminarHola Isan. Mila esker por el cuento de los galtzagorris. ¡Pues me ha encantado! Y además con moraleja, como las verdaderas fábulas. ¡Ya tengo diversión para el 24! Mis sobrinos se van a divertir mucho con los cuentos de este tierno VadeReto.
ResponderEliminarBesarkada bat eta oso Eguberri On!
Kaixo, Marlén. Me alegro que te haya gustado y que le lo cuentes a los sobrinos me hace mucha ilusión. Es el mejor regalo para mí, que lean algo que uno ha escrito. Besarkada bat zuri.
ResponderEliminarMe ha enamorado tu cuento.
ResponderEliminarLo he leído en voz alta y lo tiene TODO.
Sencillez, historia con mucho trasfondo y mensaje.
Me EN-CAN-TA.
Hola, delaFlor. A mí si que me encanta tu comentario. Da gusto comentarios ta positivos. Te lo agradezco. Un abrazo.
EliminarMuy bueno. Y con una moraleja poco explotada, ña de que rl trabajo dignifica. Desde luego es una bendición que el trabajo que haces te guste.
ResponderEliminarEl cuento está muy bien trazado y fluye con naturalidad, es como si las piezas fueran encajando mientras lo lees.
Me ha encantado.
Abrazoo
Hola, Gabiliante. Es un placer recibir tus comentarios. Te lo agradezco. Un abrazo.
Eliminar