2018-03-30
EL DOBLE SENTIDO DE LOS SENTIDOS
Una metáfora es una
expresión donde se transforma el sentido real o literal por otro que no se
dice. Lo que se expresa tiene un sentido figurado. Es un recurso de estilo. Una
figura literaria empleada abundantemente en la poesía, donde hay que estar muy atento
para captar el verdadero sentir del autor. Si decimos: «ojos que no ven,
corazón que no siente», nuestro cerebro lo traduce de inmediato, pero si lo que
se dice es: «Era su cabellera
obscura/ hecha de noche y de dolor», la cosa se complica. Aunque no nos demos cuenta, nuestro lenguaje está lleno de
metáforas. Otra figura literaria es la Sinestesia. Consiste en atribuir una sensación
(auditiva, olfativa, visual, gustativa, táctil) a un objeto al cual no le
corresponde convencionalmente. La etimología de esta palabra es “sensación o
sentido”. Una persona sinestésica puede oír colores, ver sonidos, percibir
sensaciones de gusto al tocar una textura determinada. En
este párrafo empleo nueve veces palabras relacionadas con sentir que es a donde quería llegar. No se trata de hablar de
metáforas ni de sinestesia.
Todos los sentidos tienen
una función específica y muy marcada que conocemos de sobra. Diría que son
alertas de nuestro cuerpo para la supervivencia. Así el oído sirve para oír pero
no importa qué. Puede ser una música o una explosión. Podemos ver el oleaje de
una playa paradisíaca o un tsunami devastador. Palpar un rostro o un espino.
Pero existen otras cualidades, digamos paralelas o complementarias que no
vienen con la propia naturaleza, sino que las hemos ido incorporando los
humanos y que les otorga un matiz que les da un valor añadido. O mejor, que le
dan el verdadero sentido. Posteriormente el cerebro
deberá interpretar
El lenguaje está plagado
de expresiones que usan palabras derivadas de sentido: sentir, sentimiento,
sensato, sentimental, sensibilidad, sensación, sensitivo, sensible, sensiblero,
sensual, consentir, asentir, disentir, presentir, consentido, contrasentido,
resentido, perder el sentido, doble sentido, cambiar el sentido, dar sentido, sentido
figurado. Otras muchas expresiones se refieren a cada uno de los sentidos
específicos, lo que da una imagen de su importancia.
Tener olfato para los negocios y las oportunidades o para saber si algo
te conviene o te perjudica. El olfato es el sentido que mejor te transporta a
un lugar donde has estado o a una época pasada. Dicen
que a cierta edad se pierde vista y capacidad auditiva, pero se agudiza el
olfato.
La vista parece a priori que
es el más importante por el que recibimos más información vital, pero también
parece el más indiscreto, especialmente cuando buscamos información de otras
personas, porque la mirada nos delata.
El oído también trae recuerdos mediante los sonidos, pero parece
que en menor medida que los olores. Es importante para captar los matices de
una conversación que nos darán la clave del verdadero sentido.
El tacto es muy discreto, diría que caballeroso. Normalmente deja
el protagonismo a los demás. El sentido metafórico del tacto falla con muchos a
quienes se les considera unos metepatas. Gente que ha perdido el sentido de la
oportunidad. Parece que también se va perdiendo con la edad, uno se vuelve
cascarrabias y cada vez importa menos herir sensibilidades.
El gusto es el sentido que nos alimenta, porque si no apreciáramos
el gusto por la comida, duraríamos poco. Quién tiene buen gusto es más
apreciado que quien tiene cualquier otro, por encima incluso de quien tiene
buena vista o buen olfato para, por ejemplo, las oportunidades. Este sentido es
especialmente polivalente porque funciona de diferente manera. Lo que gusta a
uno puede desagradar a otro. Dicen que para gustos están los colores. Además el
gusto tiene categoría propia, la de gustar
las cosas. Por todo esto lo catalogaría como el más refinado.
En realidad, aunque todas
estas cosas se las imputemos a los sentidos, el mérito debemos atribuirlo a
nuestro cerebro que ha procesado toda esa información sensorial recibida y se ha decantado por aquello que más
le gusta. Por mucho que un melómano
estuviera oyendo su mejor pieza interpretada por su orquesta preferida, si
huele a humo, saldría por piernas. Es lo que se llama el sexto sentido. Ese salto cualitativo posterior a nuestras percepciones sensoriales
más, digamos, mecánicas, porque me consta que los animales también tienen esa
cualidad. La virtud de esta función paralela de los sentidos es que puede ir
cambiando con el tiempo o con las realidades de cada uno. Intuición y sexto
sentido son consecuencia de la experiencia acumulada en el cerebro.
Los gustos cambian pero no
cambia la función stricto sensu, aunque
seguro que la edad nos los irá menguando hasta que llegaremos a un punto en el
que nuestra vida carecerá de sentido.
Todos los sentidos tienen
una función específica y muy marcada que conocemos de sobra. Diría que son
alertas de nuestro cuerpo para la supervivencia. Así el oído sirve para oír pero
no importa qué. Puede ser una música o una explosión. Podemos ver el oleaje de
una playa paradisíaca o un tsunami devastador. Palpar un rostro o un espino.
Pero existen otras cualidades, digamos paralelas o complementarias que no
vienen con la propia naturaleza, sino que las hemos ido incorporando los
humanos y que les otorga un matiz que les da un valor añadido. O mejor, que le
dan el verdadero sentido. Posteriormente el cerebro
deberá interpretar
El lenguaje está plagado
de expresiones que usan palabras derivadas de sentido: sentir, sentimiento,
sensato, sentimental, sensibilidad, sensación, sensitivo, sensible, sensiblero,
sensual, consentir, asentir, disentir, presentir, consentido, contrasentido,
resentido, perder el sentido, doble sentido, cambiar el sentido, dar sentido, sentido
figurado. Otras muchas expresiones se refieren a cada uno de los sentidos
específicos, lo que da una imagen de su importancia.
Tener olfato para los negocios y las oportunidades o para saber si algo
te conviene o te perjudica. El olfato es el sentido que mejor te transporta a
un lugar donde has estado o a una época pasada. Dicen
que a cierta edad se pierde vista y capacidad auditiva, pero se agudiza el
olfato.
La vista parece a priori que
es el más importante por el que recibimos más información vital, pero también
parece el más indiscreto, especialmente cuando buscamos información de otras
personas, porque la mirada nos delata.
El oído también trae recuerdos mediante los sonidos, pero parece
que en menor medida que los olores. Es importante para captar los matices de
una conversación que nos darán la clave del verdadero sentido.
El tacto es muy discreto, diría que caballeroso. Normalmente deja
el protagonismo a los demás. El sentido metafórico del tacto falla con muchos a
quienes se les considera unos metepatas. Gente que ha perdido el sentido de la
oportunidad. Parece que también se va perdiendo con la edad, uno se vuelve
cascarrabias y cada vez importa menos herir sensibilidades.
El gusto es el sentido que nos alimenta, porque si no apreciáramos
el gusto por la comida, duraríamos poco. Quién tiene buen gusto es más
apreciado que quien tiene cualquier otro, por encima incluso de quien tiene
buena vista o buen olfato para, por ejemplo, las oportunidades. Este sentido es
especialmente polivalente porque funciona de diferente manera. Lo que gusta a
uno puede desagradar a otro. Dicen que para gustos están los colores. Además el
gusto tiene categoría propia, la de gustar
las cosas. Por todo esto lo catalogaría como el más refinado.
En realidad, aunque todas
estas cosas se las imputemos a los sentidos, el mérito debemos atribuirlo a
nuestro cerebro que ha procesado toda esa información sensorial recibida y se ha decantado por aquello que más
le gusta. Por mucho que un melómano
estuviera oyendo su mejor pieza interpretada por su orquesta preferida, si
huele a humo, saldría por piernas. Es lo que se llama el sexto sentido. Ese salto cualitativo posterior a nuestras percepciones sensoriales
más, digamos, mecánicas, porque me consta que los animales también tienen esa
cualidad. La virtud de esta función paralela de los sentidos es que puede ir
cambiando con el tiempo o con las realidades de cada uno. Intuición y sexto
sentido son consecuencia de la experiencia acumulada en el cerebro.
Los gustos cambian pero no
cambia la función stricto sensu, aunque
seguro que la edad nos los irá menguando hasta que llegaremos a un punto en el
que nuestra vida carecerá de sentido.
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