La nieve da luz y alegría a unos
días grises. Es un paréntesis cuando estamos instalados al abrigo del hogar.
Mirando más al interior, físico y espiritual. La nieve es una invitación a salir
a la calle o de nosotros mismos y contemplarla en todo su esplendor.
Al pasear temprano por un parque
se oye el silencio solo interrumpido por el ruido de mis pisadas en la nieve
virgen. Silencio que ni coches ni pájaros osan perturbar. Es el ambiente especial
de la ciudad nevada. Solo algún chiquillo ríe o grita jugando con el blanco
manto. Otros comienzan con una bola que se transformará en muñeco. Coger un
puñado de nieve depositada en un banco, esponjosa, crujiente, que parece seca, formar una bola y lanzarla para hacer diana a cualquier objeto, es un ritual que, nevada tras nevada, no me lo
pierdo.
Efímero, pues durará el tiempo
que el dios sol nos lo permita. Después no quedará nada. Solo el recuerdo y la
foto. Como la que se puede ver pinchando aquí o pulsando en la pestaña
superior IMÁGENES.
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