El reciente fallecimiento de Fidel Castro, lo uno al también
fallecido Eduardo Galeano ocurrido el año pasado y, para completar el trío de
ilustres sudamericanos, a Ernesto Che Guevara. No voy a glosar la figura y obra
de ninguno de los tres, ni para ensalzarlos o vituperarlos, que de eso se
emplean a fondo otros, especialmente contra Fidel y el Che, porque al literato más
bien se le ignora.
Frases dichas por ellos en torno a una misma idea, me sirven
de pretexto para desarrollar un comentario al que hace tiempo le vengo dando
vueltas. Para Fidel no existía en el mundo fuerza capaz de aplastar la fuerza
de la verdad y de las ideas. Decía el Che que no hay que esperar a que se den
todas las condiciones para la revolución, el foco insurreccional puede crearlas.
Por su parte Galeano acuñó el concepto de que mucha gente pequeña, en lugares
pequeños, haciendo cosas pequeñas, pueden cambiar el mundo. Dicho
resumidamente: pequeños gestos pueden cambiar el mundo.
Son enunciados llenos de esperanza que animan a seguir adelante a quienes trabajan por el progreso
de los demás y con los que no puedo estar más de acuerdo. Cuando digo los demás
me refiero a todos, a la humanidad en general, no a un grupo de privilegiados. Cierto
es que por mucho que se oprima a quienes luchan por un mundo más justo, siempre
quedará en su interior un rescoldo por pequeño que sea de sus ideales. Lo malo
es que esa fuerza de quien tiene las ideas y la verdad, no es capaz, a su vez,
de vencer a la fuerza oponente, que sí que tiene bien implantado su modelo
basado en la codicia. Mucho tendremos que cambiar y muchos cientos de años
tendrán que pasar para que las ideas de solidaridad, igualdad y respeto sean
una realidad.
Es cierto que los pequeños gestos pueden cambiar nuestro
pequeño mundo pero, igual que los veo imprescindibles, los veo manifiestamente
insuficientes para cambiar la totalidad. No creo que esta suma genere una
sinergia tal, porque, en realidad, ni siquiera son una suma, sino acciones
aisladas, individualizadas, deslavazadas entre sí. Deberían darse al unísono
por parte de todos para ser efectivas.
Estos gestos, también llamados microrrevoluciones, son
posibles pero son parches que no arreglan el fondo estructural de los
problemas. No cambian la política general, no son capaces per se de obrar una transformación global. El diez por ciento de la
población mundial tiene en su poder el noventa por ciento de los recursos del
Planeta. Están bien organizados, tienen el capital, las armas, los ejércitos, los
políticos, muchos estómagos agradecidos e infinidad de pusilánimes que jamás
harán o dirán nada. Frente a ellos están quienes únicamente pueden hacer
política -y no en todos los casos- casi como un juego, como una concesión y que no
tienen nada de lo anterior y por último están los millones de personas que bastante hacen con
subsistir y para quienes el mero hecho de pensar es un lujo inalcanzable.
Dicen los defensores de la teoría de las microrrevoluciones
que la única manera de que los débiles puedan vencer a ese diez por ciento, es
cogiendo parcelas de poder y pasar de lo local a lo global. Volvemos a lo
mismo. Para cambiar todo haría falta una gran revolución social. No estoy
hablando de pegar tiros. No hay que temer a una palabra que también se usa para
hablar de revolución industrial, tecnológica o de la moda.
Yo soy pesimista o mi realismo me lleva al pesimismo. Creo
que las microrrevoluciones no están a la altura de lo que exigen las
circunstancias. Hay mucho interesado y mucho conformista, así que la brecha
social aumentará y tendremos cada día más desigualdades. A esto hay que añadir que los vientos
políticos van en una dirección totalmente opuesta y de manera destacada en
Europa y Norteamérica. Esto va para largo.