Está muy extendido que,
cuando se habla de los americanos, se refiera únicamente a los de Estados
Unidos. Tal vez lo hayan fomentado ellos por potenciar su hegemonía, pero es
ningunear al resto de millones que habitan el continente, por encima y por
debajo. Así que decir «los americanos» no es nada o lo es todo.
Hace poco he visitado
la costa oeste y poco más, California, Arizona y Nevada. El placer ha sido
inmenso, pero la idea que me he llevado es sesgada, casi diría muy local, como
no podía ser de otra manera, ya que existe una América profunda muy extendida y otra urbanita en la costa este. Lo
visto está lleno de contrastes, de mezclas, de diversidad en definitiva. Hay
anglosajones, hispanos, afroamericanos, chinos, autóctonos, vamos, lo
que viene a ser indios y supongo que del resto del mundo, ya que aquello fue
en su día la Tierra Prometida. Lo
cual me reafirma en la creencia de que la propaganda oficial que nos venden
obedece a un estereotipo que no se compadece con la realidad.
Lo que más me ha
impresionado para bien ha sido su naturaleza. Pero, claro, poco mérito tiene
porque siempre ha estado ahí y en abundancia. El mérito está en que saben
cuidarla razonablemente bien. Respecto a las ciudades, por resumirlas en una
palabra, diría de San Francisco que es espléndida, Los Ángeles exorbitada y Las Vegas una desmesura.
San Francisco tiene
barrios estupendos, arquitectura fascinante de estilo victoriano, lo que le da
un punto de distinción que la hace singular, el Golden Gate, la bahía, los
parques, el Barrio Chino y Alcatraz. Pero también está llena de mendigos o homeless
como les llaman. Los hay en todas las ciudades, pero aquí en demasía.
Incluso por las calles más elegantes.
Los Ángeles tiene de
todo. Más de diez millones de habitantes; miles de turistas; lujosas mansiones;
una Citi moderna; museos; estrellas
del cine que solo se ven en el suelo de un Paseo de la Fama sin famosos pero
lleno de gente de todo menos glamurosa; lo que en su día fueron teatros de
postín, transformados otrora en cines y reconvertidos ahora en iglesias de
extraño culto con extraños feligreses y, al igual que en San Francisco, tiene gente necesitada por miles. Viven en tiendas de campaña o chamizos construidos por ellos mismos en cualquier acera, especialmente en un bario. Cada cierto tiempo van a limpiar los empleados municipales. Arrasan con todo y al poco tiempo la gente vuelve porque no tiene dónde ir.
Las Vegas es una
ciudad de verdad, con universidad, hospitales, talleres y tiendas, donde la
gente nace, trabaja, se reproduce y muere, pero parece un gigantesco parque de
atracciones. La realidad es que todo está montado alrededor de ese objetivo. Diversión,
juego y sexo. Aunque digan que no está permitida la prostitución, las estampitas que repartían por la calle
insinuaban otra cosa. No niego que sea una ciudad con diversión asegurada,
sobre todo si te gusta perder los ahorros. Las Vegas se resume en: pequeños
jugadores, grandes perdedores y un ambiente de calle tirando a vulgar. Tengo
referencias de que existe otra ciudad, otro ambiente, pero no lo vi. Supongo
que depende de la cartera. En definitiva, no te la puedes perder.
Destacaría tres cosas que se veían por dondequiera. La obesidad bastante generalizada, producto de una
alimentación poco saludable. Los sin techo que ya he mencionado, para quienes alguna
ONG tiene montado en una plaza un espacio para aseo, peluquería, ropa, etc.
Todo con amabilidad y cariño. La tercera es la presencia de la religión. Las
tradicionales como judíos, cristianos de todos los colores, musulmanes, las
nuevas como la Cienciología y las incatalogables por raras que ya he mencionado
antes, donde una cuadrilla de quince o veinte entre los llamados hispanos y afroamericanos
vestidos con túnicas hechas de alguna cortina, increpaban a viandantes, proclamando
que Jesús es negro y que «ahora es el día de la salvación». La Catedral
católica de SF donde se practica yoga y supongo que también culto. Todo esto
tengo documentado.
Las personas son amables
al menos en lo superficial, pero individualistas en lo general, lo que propicia
que el sistema no funcione igual para todos en las cosas básicas. O, dicho de
otra forma, funciona estupendamente para unos, regular para bastantes y mal o
muy mal para muchos que se apañan como pueden. La desprotección estatal es una
triste realidad asumida, parece, dentro del paquete de lo que llaman el estilo
americano, el emprendedor, el sistema de oportunidades. Esto se traduce en salarios
basados en las propinas que debe añadir el cliente a la factura, Seguridad
Social de la que se desentienden las empresas y pensiones que no llegan a
cubrir las necesidades básicas. O sea, el sálvese quien pueda. El sueño
americano se convierte en pesadilla.
Algo de lo que he visto,
las tres ciudades de las que he hablado y un pueblo, se refleja en la
composición fotográfica que se puede ver pinchando en la pestaña superior IMÁGENES.
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