2019-05-08
MALDITA CLASE MEDIA
Dicho así parece un
insulto, pero el título es más bien es un reclamo llamativo.
El término de
clase media es hoy lo suficientemente difuso como para que no podamos marcar
sus límites. El poder adquisitivo no lo explica todo. Todo el mundo, antes de
la crisis, tenía un concepto claro de qué era la clase media. Sabíamos que
había clase alta, media y baja y qué estratos sociales pertenecían a cada una.
La clase media es la que tiene un trabajo fijo holgadamente remunerado. Un
grupo de acomodados. Gente que cree que tiene resuelto su futuro y no le
interesa que haya otro modelo social que desconoce. Le aterra lo desconocido
porque piensa que cualquier cambio le perjudicará.
También estaba antes, y
sigue estándolo ahora, el funcionariado a quienes, siendo el prototipo de clase
media, hay que echarles de comer aparte. Una especie de niño consentido que
goza de las atenciones de los dirigentes. Otro subgénero que, junto con esos,
forman un tándem imprescindible para el mantenimiento de su respectivo estatus
y del sistema eufemísticamente llamado de economía de mercado, pero que no es
más que capitalismo puro y duro.
El resto eran, éramos,
simplemente trabajadores. La crisis ha hecho que vayamos redefiniendo conceptos
o, más exactamente, que vayamos resituando a unos y otros. Tener un trabajo
fijo te permite planificar tus gastos. Qué cantidad puedo dedicar al ocio y qué
al ahorro. Eso da una tranquilidad que no tiene quien no tiene trabajo
permanente y tiene que andar a salto mata con contratos temporales cada vez más
cortos y cada vez más precarios. Hay mucho interés en cambiar el paradigma y
sembrar la idea de que las clases desaparecieron en este siglo. Suena más a
desmovilización. Si la clase trabajadora no lucha queda el camino libre para
imponer modelos precarios.
Nada es eterno y, en
cuestión económica, cada vez menos, especialmente para quienes no forman parte
de la élite que puede tomar decisiones. Los trabajos para toda la vida van
siendo residuales. Las dinámicas que imperan son las de la movilidad que, por
definición, todo lo que se mueve, no es estable. Te despiertas un día y te
encuentras con que en tu empresa ha aplicado un ERE, la llamada desregulación
o, más exactamente, un Expediente de Regulación de Empleo. Lo único que sabes
seguro es que regulará el salario a la baja o irás directamente el paro. Hoy, en un titular de la
prensa, un trabajador afectado por esta realidad se quejaba: «Te cambia la vida
en un momento». La empresa ha dejado de invertir y se ha ido a otro país.
Consecuencia, has pasado de ser clase media a nada y, cuando llegas a esa situación,
no tienes contra quién revelarte. Tu jefe seguramente es un “Fondo de Inversión”
al que es muy fácil que pertenezcas tú con algunos ahorrillos que tenías en el
banco y que te recomendaron invertir porque era lo mejor del mercado. Además,
ya no sabes cómo protestar. Hace tiempo se perdió la capacidad de lucha. Cuando
hace algunos años se planteaba un conflicto, se hacía en grupo, tanto los que
tenían el problema como los demás solidariamente.
Hoy no existe el nosotros
sino el yo y contra quien habría que luchar es contra quienes hasta hace poco
eran tus iguales, los de tu clase que, en realidad, jamás han sido tus
compañeros sino tus enemigos. La tragedia de la clase media es que no existe
como un grupo compacto con intereses comunes. En estas condiciones tan
desfavorables de lucha no hay nada que hacer. Cuando no tienes con quién
protestar y no sabes cómo hacerlo es fácil que termines aceptando como natural
lo que te pasa y lo que te pasa es que cada día tienes menos derechos y más
dificultades para salir adelante.
A la clase obrera, que
tradicionalmente ha tenido menos poder, se le ha despojado de todo cuanto
tiene. Primero se le hizo creer que había alcanzado un estatus superior y, con
ello, se le olvidó su espíritu de lucha. Habrá que ver hasta dónde es capaz de
aguantar la clase media la pérdida de un poder adquisitivo cada vez más
agobiante y que poco a poco igualará en la pobreza y la precariedad a la
anterior.
Aunque puede parecer que mi
pretensión era denigrar a la clase media, creo que todos deberíamos pertenecer
a ella. No me quejo de la clase en sí, sino de su comportamiento que permite
que existan desigualdades abisales.
El término de
clase media es hoy lo suficientemente difuso como para que no podamos marcar
sus límites. El poder adquisitivo no lo explica todo. Todo el mundo, antes de
la crisis, tenía un concepto claro de qué era la clase media. Sabíamos que
había clase alta, media y baja y qué estratos sociales pertenecían a cada una.
La clase media es la que tiene un trabajo fijo holgadamente remunerado. Un
grupo de acomodados. Gente que cree que tiene resuelto su futuro y no le
interesa que haya otro modelo social que desconoce. Le aterra lo desconocido
porque piensa que cualquier cambio le perjudicará.
También estaba antes, y
sigue estándolo ahora, el funcionariado a quienes, siendo el prototipo de clase
media, hay que echarles de comer aparte. Una especie de niño consentido que
goza de las atenciones de los dirigentes. Otro subgénero que, junto con esos,
forman un tándem imprescindible para el mantenimiento de su respectivo estatus
y del sistema eufemísticamente llamado de economía de mercado, pero que no es
más que capitalismo puro y duro.
El resto eran, éramos,
simplemente trabajadores. La crisis ha hecho que vayamos redefiniendo conceptos
o, más exactamente, que vayamos resituando a unos y otros. Tener un trabajo
fijo te permite planificar tus gastos. Qué cantidad puedo dedicar al ocio y qué
al ahorro. Eso da una tranquilidad que no tiene quien no tiene trabajo
permanente y tiene que andar a salto mata con contratos temporales cada vez más
cortos y cada vez más precarios. Hay mucho interés en cambiar el paradigma y
sembrar la idea de que las clases desaparecieron en este siglo. Suena más a
desmovilización. Si la clase trabajadora no lucha queda el camino libre para
imponer modelos precarios.
Nada es eterno y, en
cuestión económica, cada vez menos, especialmente para quienes no forman parte
de la élite que puede tomar decisiones. Los trabajos para toda la vida van
siendo residuales. Las dinámicas que imperan son las de la movilidad que, por
definición, todo lo que se mueve, no es estable. Te despiertas un día y te
encuentras con que en tu empresa ha aplicado un ERE, la llamada desregulación
o, más exactamente, un Expediente de Regulación de Empleo. Lo único que sabes
seguro es que regulará el salario a la baja o irás directamente el paro. Hoy, en un titular de la
prensa, un trabajador afectado por esta realidad se quejaba: «Te cambia la vida
en un momento». La empresa ha dejado de invertir y se ha ido a otro país.
Consecuencia, has pasado de ser clase media a nada y, cuando llegas a esa situación,
no tienes contra quién revelarte. Tu jefe seguramente es un “Fondo de Inversión”
al que es muy fácil que pertenezcas tú con algunos ahorrillos que tenías en el
banco y que te recomendaron invertir porque era lo mejor del mercado. Además,
ya no sabes cómo protestar. Hace tiempo se perdió la capacidad de lucha. Cuando
hace algunos años se planteaba un conflicto, se hacía en grupo, tanto los que
tenían el problema como los demás solidariamente.
Hoy no existe el nosotros
sino el yo y contra quien habría que luchar es contra quienes hasta hace poco
eran tus iguales, los de tu clase que, en realidad, jamás han sido tus
compañeros sino tus enemigos. La tragedia de la clase media es que no existe
como un grupo compacto con intereses comunes. En estas condiciones tan
desfavorables de lucha no hay nada que hacer. Cuando no tienes con quién
protestar y no sabes cómo hacerlo es fácil que termines aceptando como natural
lo que te pasa y lo que te pasa es que cada día tienes menos derechos y más
dificultades para salir adelante.
A la clase obrera, que
tradicionalmente ha tenido menos poder, se le ha despojado de todo cuanto
tiene. Primero se le hizo creer que había alcanzado un estatus superior y, con
ello, se le olvidó su espíritu de lucha. Habrá que ver hasta dónde es capaz de
aguantar la clase media la pérdida de un poder adquisitivo cada vez más
agobiante y que poco a poco igualará en la pobreza y la precariedad a la
anterior.
Aunque puede parecer que mi
pretensión era denigrar a la clase media, creo que todos deberíamos pertenecer
a ella. No me quejo de la clase en sí, sino de su comportamiento que permite
que existan desigualdades abisales.
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Muy acertado tu relato. salu2
ResponderEliminarGracias compañero.
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