Hay
tardes que, por alguna circunstancia, destacan de las demás. Algo hace perder
la rutina del día a día o llama tu atención sin que aquello tenga
necesariamente especial relevancia.
Me
ocurrió el otro día. Un reloj de pared que hace tiempo no andaba y había que
ponerle remedio. Encontré el lugar perfecto. Traspasar la puerta fue retroceder
cien años en el tiempo. Entiéndase la intención plena de la expresión. Allí se
encontraban decenas de relojes de pared, de mesa, grandes, pequeños, de mil
formas, a cual más antiguo y bello. De
la trastienda salió alguien. No cabía ninguna duda, era el maestro relojero. Un
señorico que bien podría rondar, perdón si no los tiene, los ochenta tacos. Con
una gasa de siete por siete suelta en lo alto de la cabeza, sin otra sujeción
que la ofrecida por los pocos pelos dispersos que le quedaban y cuya función no
quedaba clara. Entregó a la clienta el mecanismo desmontado de un reloj moderno
al que le había puesto pila nueva. Me extrañó. Tanto porque no se correspondía
con el estilo del resto de relojes, como por la señora que parecía de la quinta
del relojero. Aquella se interesó por la cabeza de este, a lo que este le
respondió, con más sorna que verdad, que se lo había hecho una mujer. La
sordera de aquella provocó algún malentendido. Esto me animó a intervenir para
aclarar y derivó en una conversación entre la señora y yo:
—Usted
me suena. Me parece que es una persona importante —dijo dirigiéndose a mí.
—Bueno,
todos somos importantes. La diferencia es que algunos son más famosos que otros
—contesté.
—Pues
yo le he visto en la televisión. En algo de carreras de motos, o algo así. ¿No?
—Sí,
algunas veces me confunden con uno.
—Dicen
que todos tenemos un doble en alguna parte. —Sentenció la clienta.
No
es la primera vez que me pasa. En cierta ocasión me vi firmando autógrafos a
pesar de mi reiterada negativa primero y de mis protestas después.
De
regreso a casa me topé con dos señoras, adorables ellas, con una sonrisa de
oreja a oreja. Se encontraban sentadas en un banco. Se levantaron a mi paso
para entregarme unos panfletos «para conocer la Verdad», dijeron. Ante su
insistencia, del «no me interesa» inicial pasé, no a rebatir sus argumentos
porque no había, sino a plantear incongruencias y pedir pruebas. Su convencimiento
y su voluntad eran directamente proporcionales a su ignorancia, lo cual me
producía una mezcla de pena y de envidia. Porque el hecho de creer, con ser una
opción personal muy respetable, no es argumento sostenible per se. Cada uno se las arregla como puede por dar sentido a su
vida, pero basarse en el libro más trufado,
lleno de contradicciones, falsedades y
violencia, no solo humanas sino divinas, llamado Biblia, mejor ni
entrar. Yo lo único que pido es que no nos amenacen ni con la hoguera ni con el
fuego eterno y que reviertan a la comunidad lo expoliado a lo largo de los siglos.
«¡Vaya
tarde! Esto no puede ser casual de ninguna manera. ¿Qué me pasa hoy con la
generación ochentona? ¿Tendrá algo que ver el reloj? Tendré que revisar la
entrada de este blog donde hablaba de la casualidad y la coincidencia», pensé
mientras llegaba a casa. Al entrar, una percepción extraña rondaba mi cabeza. El
reloj seguía parado en la misma hora que hace tiempo marcaba. Creo que desde el
mismo día de su instalación. Estaba claro. Algo tenía que renovar.
Me
ha parecido divertido ilustrar esta entrada con una recreación a modo de foto.
Se puede ver pinchando en la pestaña superior IMÁGENES.
He estado entretenida un ratillo esta mañana (a la espera de la publicación de la novela, se me hace raro no corregir y corregir durante meses), y me ha gustado especialmente esta entrada sobre las elucubraciones del tiempo, o del "no" tiempo, en un transcurrir de un paseo donde como sin querer la cosa, hay encuentros y "conversas" para enmarcar de lo naturales que te salen, mezclados con los pensamientos del paseante, sobre los demás, y sobre sí mismo. Nada trascendental, con una sencillez pasmosa consigues profundidad y relieve humano, incluida la humorada de la fotografía, y el reírse de uno mismo, la mejor de las terapias.
ResponderEliminarTambién te felicito por la galería de imágenes, algunas son de premio, sin duda.
Que tengas un lunes estupendo, Isan.
Hola, Isabel. Me alegro de que hayas tenido ese tiempo extra y hayas pasado por estos rincones poco transitados y, como no, me agrada el comentario que me dejas. Tú estás expectante con tu libro y yo también. El lunes ha sido magnífico y espero que mañana lo sea igual.
ResponderEliminarUn abrazo y gracias.