Hoy
se cumple otra década desde cuando empecé a escribir mi primer diario. Pero
todo cambia. Del papel escrito a puño y letra se dio paso a la página web
personal. Cambia la materia, las formas y cambian las personas.
Uno
va cumpliendo años y hace cosas que jamás habría imaginado. Muchas, como los
blogs, porque ni siquiera existían hace una década; otras porque la edad te hace
cambiar, si no el fondo, sí la percepción de la vida. Se relativiza más. Puedes
desechar algunos intereses y asumir otros. Se da importancia a facetas que
antes pasaban por alto o dejabas para más adelante. Y esto va pasando a lo
largo de tu vida. A los veinte, a los cuarenta, a los sesenta, a los ochenta…
si es que a esas alturas ya no estás cansado y de vuelta de todo, o hace tiempo
que, con suerte, no eres más que un recuerdo difuso.
Yo
llevo un tiempo con un interés creciente por la observación de mi entorno más
inmediato. Barrios, calles, rincones viejos o nuevos son objeto de mi fisgoneo.
Hace unos días entré por primera vez en lo que coloquialmente se le conocía
como El Tejado colorado. Naturalmente
el nombre lo toma del color de sus tejas que destacaban del entorno. Ahora es el Hospital Psiquiátrico. Siempre
lo ha sido. No entré como paciente ni como visitante, únicamente fue la curiosidad
de tenerlo ahí toda la vida y no conocerlo por dentro.
De
estos centros tuve una percepción distorsionada de la realidad. Tiempo atrás
lo relacionaba, sin llegar a los terribles experimentos con judíos del Dr.
Mengele, con prácticas y métodos poco científicos como las terapias de electroshock,
tratamientos farmacológicos masivos o aislamientos en celdas. No digo que esto haya
desaparecido, porque todavía persisten, pero la sensación que tuve en mi visita
fue más amable. También hay que decir que recorrí muchos pasillos pero me quedó
la sensación de que existía una sección más profunda e inaccesible. Supongo
que, aquí también, hay grados.
Me
crucé con algunos internos. Todos me saludaron y a todos se les notaba el
estigma de la demencia. Uno se agarraba a un radiador, otro limpiaba un
cristal, otro intentaba comerse un bollo untando en el café pero con poca
fortuna y otra se hacía la remolona ante la insistente llamada de la sanitaria.
A mi salida no se me echó encima ningún celador como quien atrapa a un
fugitivo.
Después
de esta experiencia me pregunto cuál es la percepción de la vida que tienen estas
personas con trastornos. Cuáles son sus intereses, sus ilusiones, sus aspiraciones.
Qué esperan de la vida y qué les ofrece esta. Y esto me hace volver al
principio de este escrito y, todavía más,
afianzar la convicción de que en la vida todo es relativo.
El
edificio me gustó. Construido en 1904 guarda su estructura y su decoración
característica de principios de siglo XX. Pasillos azulejados, limpios y bien
cuidados. Métodos, instrumentales y personal doy por hecho que han evolucionado
con los tiempos.
Pinchando
en la pestaña superior Imágenes cuelgo una foto de
uno de sus pasillos que refleja ese ambiente constructivo, pero no el otro del
que he hablado.
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