El
fondo y la forma son aspectos de una misma realidad que no podemos ni separar
ni descuidar. Si queremos transmitir un mensaje, una idea o una orden debemos
hacerlo de manera que sea bien recibida por los sentidos. La forma influye
decisivamente tanto en el mensaje como en la imagen del emisor.
La
forma con la que nos relacionamos con los demás indica el fondo de nuestra
finalidad y, por lo general, la primera impresión es la que cuenta. Así que ese
breve flash que enviamos o recibimos tiene que ser lo suficientemente
entendible y sugestivo como para captar el interés. Es el binomio
ética-estética.
A
pesar de que suelen ir unidos, por lo general se da más importancia al fondo,
pero hay ocasiones en las que no es así. Cuidar ambos aspectos es decisivo en cuestiones
legales pues, aunque tengas toda la razón del mundo si no reclamas en tiempo y
forma, no tienes nada que hacer. Qué
decir del arte y la moda donde todo es imagen
en el más genuino sentido.
De
la importancia de la imagen saben mucho tanto las religiones como las
corporaciones empresariales. Los primeros con las imágenes e iconos que siempre han
adornado templos y estampas para contar su historia, los segundos con la imagen
de marca empresarial. Es la percepción que transmiten a sus respectivos consumidores
de tal manera que se asocie una imagen a un producto. Cuanto más simplificado
sea el diseño, más efectivo será. Dos líneas en forma de cruz para los
cristianos o una curva para Nike bastan. Pero, claro, un mal diseño puede
arruinar un buen producto y, sensu contrario, una buena marca bien diseñada
puede dar valor a un producto discreto. Estoy seguro que en el mercado hay
productos de cola mucho mejores y más sanos que la Coca Cola, pero no tienen ni
su imagen, ni su proyección, ni su éxito.
El
icono de la computadora nos dice al instante de qué programa se trata, lo mismo
que una señal de tráfico. Incluso hay personas con fama que se convierten en
iconos. Son una forma, una imagen, un falsh, una percepción visual y superficial
donde subyace un propósito o un objetivo detrás.
De
vez en cuando hay una imagen, por lo general una foto fija, que golpea nuestra
conciencia de manera especial. Más efectiva que una sucesión de imágenes, donde
la siguiente imagen solapa a la anterior y el impacto es menor. Mucho más
también que un relato por muy bien elaborado que esté. Luego se lleva el premio
al fotoperiodismo o el Pulitzer.
Cuatro
ejemplos que todos conservamos en la memoria ilustran mejor el impacto de una
imagen. Cada uno de un continente distinto y todos con niños, elemento que
añade un plus dramático al momento. El más reciente Aylan, el niño ahogado en una
playa al intentar entrar en Europa huyendo del horror de la guerra en Siria. La
niña corriendo hacia el fotógrafo desnuda y quemada por el napalm lanzado por
los soldados norteamericanos en Vietnam a quien se le llamó Napalm girl. La
niña Omayra atrapada por la erupción del volcán Nevado del Ruiz de Colombia que
finalmente murió ahogada mientras contaba a los periodistas sus planes a
futuro. O el niño sudanés de quien no se conoce su nombre, ni si tenía planes
de futuro, ni siquiera si tenía ya familia, acurrucado exhausto y con un buitre
detrás esperando al festín.