Qué temazo este que unos aborrecen, otros se entregan
incondicionalmente a la causa y otros –cada día más- se muestran absolutamente
indiferentes.
Parece que a medida que los países se desarrollan cultural y
económicamente, se pierde la importancia que se le da, pero justamente se
observa cómo otros radicalizan sus postulados y juntan política, economía,
religión, leyes y modus vivendi en una amalgama peligrosa y difícil de digerir
bien.
Así, en principio, parece que la religión es una búsqueda de
sentido a la vida, de trascendencia, un camino interior de crecimiento, una
necesidad de seguridad y de autoafirmación. Pero la historia nos viene
demostrando que impera el dogmatismo, la intolerancia, el fanatismo y la
imposición a los demás.
Lo atractivo de las religiones es que aparentemente soluciona
aquello que la gente teme. Sus incertidumbres, sus inseguridades y sus
amenazas.
Yo he llegado a la conclusión de que es inútil convencer a
nadie de que sus creencias pueden estar equivocadas o que, en muchos casos,
pueden resultar ridículas como es el caso de Ganesha que tiene cabeza de
elefante porque su padre que era dios se la puso en sustitución a la que le
había cortado. Por poner un ejemplo de una de las religiones más numerosas. O
los relatos fantasticulares de la
Biblia que hay que tener mucha fe para asimilarlos tal cual vienen. Al margen
de la violencia, xenofobia, y racismo que destila. Pero aunque no se pueda
convencer, ejercicio que debe hacer cada cual, no obsta para que se pueda
opinar.
Hay religiones de un solo dios y otras tienen multitud. Unos
se han ido copiando a otros en un afán de modernizar creencias. Como El Padre,
Hijo y Espíritu Santo que es un tres en uno y que me recuerdan a la trilogía de
Shiva, Visnú y Brahma. En algún viaje por países fuera de mi entorno con
creencias religiosas arraigadas se observan por doquier estas creencias fantasiosas
que llaman la atención por su vistosidad, pero que igualmente las vemos en
nuestro entorno. No hay más que observar las plegarias, procesiones, ritos y
demás parafernalia de la fe cristiana. Recientemente he descubierto que se puede
ser budista y ateo, budista y creer en los dioses, que éstos pueden ser uno,
tres o multitud, que los dioses existen o no, que existe un sólo buda llamado
Siddhartha o varios. Todo ello a gusto de cada cual. Unos están convencidos de
la resurrección de los cuerpos y almas, otros de la reencarnación en persona
animal o cosa. Finalmente para completar la confusión, me decía un vietnamita
que el budismo se practica y a los dioses se les reza.
Quien cree lo hace de manera ciega. Fe es creer lo que no
vimos y lo que nos cuentan y, además, la fe se obtiene –dicen- por un don
divino, con lo que has de esperar a ser tocado
por la gracia de Dios. Este es el gran axioma que como tal es
indemostrable y en el que se basa toda la teología. Y contra eso no hay nada que
hacer. Principios, normas, ritos, jerarquía –muy importante ésta- son la verdad
revelada, por tanto inmutables y si son así, son incuestionables. Está escrito
en el Talmud, en la Biblia, en el Corán y en cuantos textos sagrados nos
presenten. El problema es que todas se creen la auténtica y verdadera. Así que
Dios más que un SER parece ser una creencia que sirve para una cosa y para lo
contrario.
No todo va a ser malo. Admiro especialmente a esas personas
religiosas de espíritu inquieto y corazón compasivo que, envueltas en sus
creencias, durante toda su vida dan ejemplo de solidaridad y entrega a los
demás. La duda es si lo hacen por convencimiento religioso o lo harían sin él.
Es decir, si la cooperación solidaria la hacen las personas por ser buenas personas
independientemente de sus creencias, la hacen por un precepto religioso o por
la recompensa eterna.
Hay algo que me molesta especialmente de las religiones. Es
su afán de proselitismo. Parece que es algo
consustancial. Lo han hecho siempre y lo siguen haciendo. No basta con
vivirla intensamente e interrelacionarse con los suyos. Tienen el mandato de
extenderla por el mundo, predicar su evangelio y convertir al infiel y, en
algunos casos, matarlo si no se deja.
Todavía estamos en una realidad donde la aconfesionalidad de
los estados es más formal que real y no digamos de las costumbres y del
lenguaje de las personas. Un bagaje histórico que nos acompañará durante mucho
tiempo.
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