2013-02-08

COTILLEANDO EN EL BUS

Las rutinas cambian la percepción de las cosas. Si algo repites a menudo, es fácil que dejes de interesarte por los detalles. La ventaja de no hacer uso habitual de un medio de transporte colectivo, autobús, metro, etc., posibilita –por lo menos a mi me pasa- que cuando los usas te fijas más en quien viaja a tu lado. Es la novedad. Se ven cosas que, naturalmente, no pasan en tu coche. Las caras, los atuendos, la procedencia, las conversaciones en persona o por móvil, el constante trajín del personal.

Ejemplo palmario es la foto que puse en mi anterior entrada. Tal vez es que soy un poco aldeano, aunque muy viajado -eso sí- y me sorprendió. No solo era su atuendo, sino su conversación con otra paisana suya con la que también compartía su mal gusto a la vista de cómo había ataviado a su hija.

Un trayecto urbano escuchando una conversación ajena por el móvil es divertidísimo. Solo escuchas una parte –que por otra parte no te interesa nada- y tratas de intuir primero el motivo principal y luego los pormenores. Los hay quienes dan todo lujo de detalles y quienes te lo ponen difícil utilizando monosílabos. Y muchos, por lo general los más jóvenes, ni siquiera eso. Están absortos en su pantallita hablando por wasap o aparentando que lo hacen.

El otro día estuve observando la procedencia de los usuarios y me sorprendió la variedad. Sentado casi al final del autobús y de espaldas al conductor, me permitía observar las tres últimas filas y ver sus caras con relativo disimulo.

Enfrente, un poco ladeado, se sentaba quien di por llamar el peninsular. Era un tipo aburrido o cansado, o las dos cosas. Me lo imaginé desplazado de su entorno por motivos de trabajo.

Un poco más atrás estaba un subsahariano. Ya son ganas de poner un nombre rebuscado para que sea políticamente correcto. O sea, que era negro de África, lo digo sin ninguna connotación racista.

Al fondo, en los asientos más elevados venían ya de antes de que yo tomara asiento, una potente eslava –o de la zona- y una no menos fornida hispana aunque sin alcanzar su altura, o sea, pequeña. A pesar de sus diferencias de procedencia e idioma se entendían muy bien en un castellano que yo a duras penas podía seguir.

 Luego entró un padre con un niño en brazos. Era indio pero no hindú que a ambos conozco por aquello de ser yo muy viajado. Hicieron el viaje de pie, pero duraron poco.

Les sustituyeron una pareja joven de chinos, chico y chica. Se les distinguía por sus rasgos de chinos y porque hablaban chino. No distinguí si era mandarín o cantonés. Se situaron al lado de la puerta y estuvieron todo el trayecto hablando. En chino.

Justo enfrente venía sentada una hermosa mujer de mediana edad, morena, era claramente paisana mía y de quien podría dar muchos datos pero seguro que luego en casa me lo reprocha. Llegó nuestra parada y terminó la aventura.

¿Qué conclusión saco de todo esto? Siempre me gusta terminar con una, pero hoy no hay conclusión. Tal vez, eso sí, tanta variedad que hay hoy en día, poco a poco se irá mezclando  y dentro de mil años todos calvos. Y, claro, hablando en chino.


3 comentarios:

  1. Pues habría sido interesante que nos dijeras si los chinos hablaban cantonés o mandarín porque si lo vamos a hablar dentro de 1000 años tendremos que ir aprendiéndolo que dicen que es muy dificil

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  2. Seguro que era en el bus de Pampona?. No sería e metro de Londres? Tú tan viajero.

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  3. Tal vez, a veces se me confunden las imágenes. No se si alguna vez estuve en Pamplona. Se lo preguntaré a quien venía sentada justo enfrente mía.

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