2012-12-17

LA FELICIDAD Y EL PLACER

Tuve un profesor de filosofía bastante enrollado a quien le entusiasmaban los griegos –los clásicos, la democracia, la filosofía- y especialmente le gustaban dos vocablos: ataraxia y apaceia. Supongo que no era por su melodía al pronunciarlos, aunque los repetía a menudo con una sonrisa en los labios, con deleite, como transfigurándose, sino por su hondo sentido filosófico.

Por entrar en materia la ataraxia y la apaceia son, grosso modo, una disposición de ánimo mediante la disminución e intensidad de las pasiones, un estado impasible, no afectado por nada, para alcanzar el equilibrio. Ambas nos dan una idea de lo abundantemente que filosofaban los griegos –actualmente no les queda tiempo para ello- y la manera que consideraban idónea para alcanzar la felicidad, que es en definitiva la aspiración de todo bicho pensante. Una idea parecida tiene tanto el hinduismo, el budismo o el cristianismo del misticismo como perfección y conocimiento. 

Yo no pretendo profundizar en la materia, porque estoy en total desacuerdo con el método de prescindir del placer corporal para alcanzar la felicidad. Me va más el hedonismo que reivindica el placer puro como bien supremo. Aunque placer no es sinónimo de felicidad, por algo se empieza y se le parece bastante. Se dice que el placer es el sustituto pobre del amor, pero lo uno no quita lo otro. Además ¿qué es lo primero sin lo segundo? También se ha filosofado abundantemente -incluidos los griegos clásicos- sobre el placer, del que se ha dicho que, junto con la pena, son los dos únicos resortes que mueven el mundo. O sea, que no voy a hablar de filosofía sino de fisiología

Me interesa más todo aquello que nuestra naturaleza necesita y nos lo demanda recompensándonos con el inmenso placer que se obtiene de darle gusto. Son los placeres que nos los da nuestro cuerpo y nuestra mente ¿No empieza la felicidad por poder regalarnos todo aquello que se puede percibir por los sentidos? Tan modesto como un masaje o una caricia. Tan necesarias como el abrigo ante el frío y el sueño ante el cansancio. El gusto en el comer y beber. Y lo que se puede considerar el plato fuerte del placer, el sexo. Hay un placer que quienes lo han experimentado dicen que es inmenso y del que, me temo, jamás podré disfrutarlo yo. Me refiero a engendrar una criatura, parirla y amamantarla.

En otro nivel algo menos corporal y más espiritual, podemos deleitarnos con una música, un paisaje, un aroma, un relato, una imagen o una peli. O el placer de pensar del que hablaba en otro post. Placeres son también el de la ayuda desinteresada, la realización de tu vocación, los logros físicos o hacer lo que la gente dice que no puedes hacer. Debe ser también el poder, pues muchos desean alcanzarlo y pocos lo dejan. Por último, algunos gozan en su comparación con los otros y hay quienes lo alcanzan con el dolor.

La naturaleza es sabia. O interesada por un simple instinto de supervivencia. Nos dice lo qué necesitamos y nos recompensa si lo hacemos. Porque me temo que si no hubiera gozo en estas cosas, hace tiempo que no existiríamos.

Quiero reivindicar estos pequeños o grandes placeres que tenemos a nuestra disposición todos los días y si queremos, sin salir de casa. Desde el punto de la mañana hasta que nos acostamos y más. Y, excluyendo el papeo, casi todo gratis. Con lo dura que se nos está poniendo la vida, tal vez no nos quede otra que refugiarnos en ellos, porque para filosofar o dedicarse a la vida contemplativa hoy en día hay que tener posibles. Y, definitivamente, no me seduce la idea que nos han vendido de mortificar el cuerpo para salvar el alma.

2 comentarios:

  1. Está bien reivindicar los placeres gratuitos, pero creo que como está la sociedad los mejores resultan caros.

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