Se
han cumplido cien años desde el inicio de la Primera Guerra Mundial y en
todo este siglo ¿qué hemos aprendido? Nada. Actualmente hay en el planeta trece
guerras, enfrentamientos armados abiertos y muchos enquistados, un montón de
conflictos violentos de mayor o menor intensidad, sin hablar del crimen
organizado y una creciente insatisfacción colectiva que se puede enconar en
cualquier momento.
Unos
no somos capaces de parar la barbarie y otros, que sí tienen la lección
aprendida, la alientan porque saben que la fuerza les vale. Tienen
palmariamente claro que la violencia y la fuerza son necesarias para el
mantenimiento de su poder y de su estatus. El derecho a defenderse no deja de
ser una excusa pobre y mentirosa.
La
historia de la humanidad se ha construido a golpe de guerras y violencia. El
equilibrio de poder internacional entre estados se establece en función del que
cada uno exhiba o use, que no es otro que el mayor, más sofisticado o más letal
armamento
Los
Estados, o mejor sus gobernantes, cuando se produce un conflicto –muchas veces
alentado por ellos mismos- ven una oportunidad de negocio o de tomar posiciones
ventajosas. La Ley y el Orden quedan para cuando ya se ha ganado.
La moral y la ética solo existen para los de abajo.
Ejemplo notorio de ello son Ucrania y Palestina donde confluyen intereses de índole
estratégico, territorial, económico, religioso, ideológico, con dos modelos
antagónicos de entenderlo. Pero así como en Ucrania existe un equilibrio de
fuerzas en la sombra – nuevamente la fuerza como argumento-, los palestinos son
los que reciben toda la ira de los judíos y los que ponen los muertos.
Tras
el holocausto judío y el establecimiento del Estado de Israel se realizó una
potente y exitosa campaña a favor de su causa. Libros como Oh! Jerusalén de
Dominique Lapierre y películas como Exodo de 1960 con Paul Newman u Odesa de
1974. Que casualidad, Odesa ciudad ucraniana y Jerusalen unidas por los mismos
protagonistas judíos, aunque en distinta posición. En la primera como
receptores de violencia y en la segunda como sembradores de muerte.
Aquella
campaña generó una corriente de simpatía generalmente sentida. Ayudaba también
que el régimen dictatorial de Franco, muy amigo del fascismo alemán que causó
el holocausto, veía en el contubernio
judeomasónico el eje del mal, con lo cual aquello no debía ser tan malo.
Pero
la carnicería de los campos de concentración en modo alguno justifica la que
están provocando ellos. La simpatía hace tiempo que se fue diluyendo y se ha
tornado en animadversión ganada a golpe de bombardeos, de muerte de inocentes
que son todo el pueblo palestino, de destrucción, de apropiación criminal de
sus tierras y de ciscarse con total impunidad en todas las resoluciones de
Naciones Unidas.
Tienen
el dinero, tienen las armas y tienen el poder, pero no van a ganar porque no
tienen la razón, ni la justicia, ni la verdad.
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