2013-03-22

SERVICIO DE ATENCIÓN AL CLIENTE

Pasar por un quirófano es algo que sucede pocas veces en nuestra vida. Recientemente me ha ocurrido a mí por un motivo liviano, así que lo recibí como novedad que era y con todos los sentidos abiertos a captar detalles.

Tal vez lo peor es la preparación y la espera. No sabes con qué te vas a encontrar. Pero una vez que oyes tu nombre y traspasas la puerta, todo se precipita. Alea jacta est.

Despojado por completo de tus ropas, te pones una ridícula bata de usar y tirar que, por mucho que lo intentes, irás, sí o sí, enseñando el culo. Te calzas unos plásticos con goma para no ir dejando huella con el sudor de los calcos. Aunque ese día hayas puesto especial esmero en el aseo, ese día te abandona tu desodorante.

Te colocas en la camilla a la orden de: échese boca arriba. Con lo elegante que hubiera quedado decir: tiéndase decúbito supino, que viene a ser lo mismo pero en fino.

Un camillero te va trasladando a través de varios pasillos y puertas. La sensación que percibía era como las pelis de hospitales cuando trasladan  a los accidentados. Lo único que veía era la barbilla del camillero y como las luces fluorescentes del techo iban pasando y se perdían tras de mí.

Llegado a destino que es el quirófano, se asemeja a los boxes de cualquier circuito de carreras. Una estancia cuadrada llena de aparatitos y luces. Varias personas rodean tu coche/camilla y te van preparando. Cada una con un cometido específico: oxígeno, parches, tubos, medidor de tensión, agujas, limpieza. Alguien te da las últimas instrucciones y te enchufan el combustible, para esta ocasión de color blanco, que te hace correr raudo y veloz -no entiendo por qué la redundancia de esta expresión-  a los brazos de Morfeo.

Cuando despiertas en otra sala y te recuperas un rato, agradeces la atención prestada, tiras a la basura la ridícula bata y las calzas y te pierdes entre la vorágine del tráfico, esta vez en un coche de verdad. Llovía.

Me llamó la atención el trato recibido en quirófano. Aparte de las instrucciones puntuales que me dieron, parecía como si yo no existiera. Como si lo que había encima de la camilla fuera un objeto en la cadena de montaje al que van ensamblando mecánicamente. Yo debía ser el protagonista escénico. Pasivo pero principal. Todos hablaban de sus cosas, de sus situaciones laborales y personales, de sus proyectos y chascarrillos. Lo mío era pura rutina. Yo no contaba. Es la misma escena que se vive cuando vas al supermercado. Las empleadas ignoran tu presencia mientras pasan los artículos por el lector del código de barras y solo se dirigen a ti cuando te piden el precio. El resto de tiempo cotillean con la compañera de al lado con total indiscreción y falta de profesionalidad. Y así podemos verlo detrás de un mostrador, en muchas oficinas de la administración o en cualquier sitio donde coincidan dos controladores de aparcamiento, por ejemplo.

 Esta situación no por repetida deja de sorprenderme y choca con lo que yo estoy acostumbrado en mi trabajo. A quien estás atendiendo solo le interesa lo suyo. El trato exquisito al cliente se debería dar en cualquier circunstancia, no solo como una estrategia de venta, sino como un deber profesional  y como deferencia hacia los demás.




2013-03-14

HABEMUS PAPAM



Que decepción, no ha salido el Peter Tuckson. Así que si no ha salido el negro, de  fin del mundo nada. ¿Dónde quedan las profecías de Malaquias y Nostradamus? ¿Dónde todos los misterios e historias que me contaban y que recibía de niño con los ojos como platos, y la mente abierta? Se han quedado en historietas. Eso y todo lo demás. Ya lo sabía hace tiempo, pero no está de mas decirlo. Lo siento pero de esta no se arregla el mundo con la catarsis anunciada. Me temo que lo tendremos que hacer nosotros mismos sin esperar al Apocalipsis.

2013-03-01

OBSOLESCENCIA PROGRAMADA

La sociedad de consumo para seguir funcionando tiene que fabricar o idear constantemente bienes o servicios y venderlos. Pero si los productos no se estropearan nunca, el sistema no serviría a los propósitos de los fabricantes y comerciantes, es decir, de quienes manejan el mundo.

Para que este sistema ficticio siga viento en popa se ha inventado la llamada obsolescencia programada que consiste, ni más ni menos, en fabricar los objetos para que no duren siempre sino que tengan fecha de caducidad, como los yogures. Dejan de funcionar o se vuelven inservibles tras un periodo calculado previamente. Un electrodoméstico, un vehículo o un bolígrafo por ejemplo, si su fabricación se hiciera para durar, con un simple cuidado y mantenimiento podrían servirnos para toda la vida. Ejemplo paradigmático son las herramientas antiguas, las mantelerías o los vehículos que circulan por Cuba.

Ahora se emplea el usar y tirar. Se arregla lo imprescindible porque sale más barato reemplazar la pieza o todo el objeto. Añadido a esto el propio progreso de la industria con nuevos inventos o funcionalidades hace que lo que teníamos ya no sirva ni se pueda adaptar. Todo esto forma parte de una estrategia encaminada a la demanda constante de bienes y servicios. Se dice incluso que el avance tecnológico va mas rápido que lo que el mercado puede absorber y que se están vendiendo cosas que ya están obsoletas con el objetivo de aligerar estocajes y poder vender ahora y luego. El sistema produce un consumo compulsivo y despilfarrador que arrasa con el medio ambiente y con cuanto se pone por delante.

Recientemente un electrodoméstico mío empezó a fallar y tuve que llamar al técnico de la casa. El precio del cambio de una pieza era lo suficientemente caro como para plantearte el cambio total. Pero el problema no era ese ya que eso es una simple toma de decisión. O cambias la pieza de un aparato con varios años a un precio elevado o cambias el aparato entero por uno nuevo.

 El problema vino a la hora de anotar el teléfono del servicio técnico en mi móvil. Mi lavaplatos podía haber tenido un nombre más convencional como Fagor, Bosch o Westinghouse, pero tenía que llamarse CANDY. ¿Cómo voy a anotar en mi agenda CANDY seguido de un número novecientos? No se, me vi dando muchas explicaciones. Que Candy no es una persona; que es un servicio de reparación, no de otro tipo. ¿Cómo se puede llamar un electrodoméstico Candy o Cindy o Cyntia sin que te entre cierto rubor?

Estuve ideando nombres breves fuera de toda sospecha sin conseguirlo, así que recurrí al viejo truco de la anotación en papel sin referencia nominativa alguna.