2012-08-10

CITIUS, ALTIUS, FORTIUS

No he podido hacerlo otros años, pero este encuentro huecos. La segunda semana de los Juegos Olímpicos es para mí una satisfacción inmensa. Es una gozada sentarte en el sofá ante el televisor y disfrutar la tarde viendo lo mejor de lo mejor. Fundamentalmente atletismo y gimnasia.

Algunos deportes no me interesan por ser más habituales su vista, otros veo con gusto por lo contrario. Casi toda la natación la encuentro aburrida y tampoco me enganchan especialmente los deportes colectivos.

¿Qué me gusta? Definitivamente los de superación personal. Hay un equipo detrás pero el esfuerzo es individual. Carreras, lanzamientos, saltos y ejercicios hacen honor al lema olímpico de más rápido, más alto, más fuerte.

También hay aspectos que suscitan mi atención. Me sorprenden las extrañas normas que permiten participar a un Federer o a un Gasol pero no a un Messi o a un Cassius Clay (en sus tiempos, claro). No entiendo por qué hay categorías según pesos para la halterofilia o las luchas diversas y no hay para los lanzamientos varios. O diferentes categorías según altura del participante para, precisamente, salto de altura. Me cuesta llamar deporte olímpico a unos tíos -ahora también tías- pegándose guantazos.

No me gusta la aureola de héroe nacional que se les da a los ganadores. Tal vez por esto, cuando ganan, enarbolan las banderas de los países a los que parece que están representando, de tal manera que parece que gana el País como si fuera una competición de estados y no de personas. Los Juegos se convierten en un alarde patriótico innecesario. Comprendo que son los estados los que pagan, pero aprovechan el tirón para remarcar fronteras. El medallero pasa a ser una carrera más, la auténtica carrera para los gobernantes, que les sirve para valorizarse exteriormente, para cohesionarse interiormente y para tapar sus carencias y errores. Dice Noam Chomsky que los deportes juegan un rol societario en la procreación de actitudes patrioteras y chauvinistas. Se los destina a organizar una comunidad que se compromete con sus gladiadores.    

Los comentaristas y periodistas en general -al menos los que yo oigo, pero supongo que todos- participan de esta borrachera patriótica. Parece que sólo interesa lo que hagan tus deportistas y, si ganan, derrochan una prepotencia poco deportiva.

Comentaba con sensatez Ruth Beitia después de clasificarse para la final de salto de altura: Intentaré conseguir medalla. Este es un deporte individual y yo no tengo que salvar el honor de nadie.

Este año no hay tanto finalista español, por lo que los comentaristas son más comedidos, ergo más objetivos, lo cual los hace más digeribles.

Para disfrutar viendo deporte hay que tomar cierta distancia de los colores que representan. De lo contrario se convierte en pasión, que no esta mal para según cuándo y cómo, pero siempre se convierte en decepción ante la derrota.

Yo paso olímpicamente de banderas y me quedo con el deporte. De esta manera siempre disfruto y siempre gano.

Pero mientras todo esto está ocurriendo, el mundo sigue igual, hay a quien no le interesan en absoluto los Juegos y esta noche, fieles a su cita,  se verán las perseidas en todo el planeta, mucho más hermosas y brillantes que las preseas que se repartirán en Londres.