2012-03-17

RUTINAS Y COSTUMBRES EN 20 TWEETS

8:15.  Hoy no me da pereza levantarme. Es viernes. La semana está liquidada. A estas horas hace rato que estoy solo en la cama.

8:30. Como todos los días, unos estiramientos y unas flexiones. Aseo. Después ventilo y hago la cama. Rutinas diarias.

8:45. Café con leche, miel y un puñado de bayas de Goji. No necesito más. Dicen que hay que empezar bien alimentado, pero esa rutina cuesta asumirla.

8:55. Compro la prensa y me voy andando al trabajo. Creo que la calidad de vida empieza así. Cinco minutos andando. Tal vez me sobra el abrigo.

9:00. Enciendo el ordenador. El trabajo ya lo sé. Es continuación de lo que ayer dejé pendiente. No hay que planificar tareas nuevas.

11:30. Después del café de las 11 realizo esa visita pendiente. El viernes es un buen día para cerrar asuntos y empezar a relajarse.

14:00. Limpio la mesa de papeles. Retiro el calendario, el teclado y el ratón. Que se note que es fiesta. Hasta el lunes no los tocaré.

14:05. Compro el pan y miro el correo. ¡Cielos! El vecino de enfrente espera el ascensor. Mentalmente me preparo para la conversación.

14:06. -Dicen que este sábado viene lluvia-, me suelta a modo de saludo.
-Si, pues como no llueva pronto…los campos están fatal- respondo.

14:07. Miro el correo entre indiferente y distraído. Ya hemos llegado. –Bueno, a ver si nos dan de comer- se despide. -buen provecho.

14:15. Ya estamos todos en la mesa. Hoy de primero toca pasta, para no variar. Es la rutina alimentaria de los viernes.

17:00. El viernes a la tarde es el día de la compra. Miro por aquí y por allá y me hago una idea de lo que se necesita. No me gusta hacer lista.

17:30. Primero al Súper que está debajo de casa. Luego al mercado. Me gusta especialmente este lugar de proximidad. Les conozco y me conocen.

18:00. El carro se va llenando de verdura, fruta, queso, carne y pescado mientras voy dejando retazos de mi vida en confidencias livianas.

18:30. No hay tiempo para descansar. Distribuyo la compra y tomo un café mientras resuelvo el sudoku de la prensa, o al revés.

19:00. Decir viernes es decir partido de tenis. Es la razón de ser de la pasta de la comida. Esta es la rutina más placentera del día.

20:30. Toca fregar. Entra dentro del lote de tareas domésticas asignadas. Después da tiempo para mirar el correo, el blog y curiosear por la red.

22:00. El sofá es mío. El mando a distancia es mío. La tele es mía. Y es que el viernes es mi día. Este es el pacto convertido en costumbre.

23:30. Qué gran invento el mando a distancia y qué gran basura la programación. Alternaré entre una peli y un partido de pelota.

24 y...Ya no puedo más. El chocolate me ha mantenido algo en vela, pero el cansancio y la basura televisiva aceleran mi sueño. Me voy a la cama.

Y ¿Esto es todo? ¿No hay más? No. Esto es sólo la epidermis. Es la rutina del día. Entre medio ha habido muchas relaciones, muchas conversaciones, algunas risas, algunos consejos, algún grito en mi partido de tenis, pero, sobre todo, muchos pensamientos. Y una sensación que me queda. Nos relacionamos, vivimos cerca de mucha gente pero lejos de su corazón.





2012-03-06

UN FIN DE SEMANA CUALQUIERA

Podía haber sido cualquier otro. O tal vez no. Pero esta es la crónica de mi último fin de semana.

Cada seis semanas me toca atender a mi madre. Son seis semanas porque seis somos los hermanos que, en riguroso turno, nos ocupamos de ello. Ésta tocaba. Desde la mañana hasta la noche. Sábado y domingo. De diez a diez. Doce más doce, veinticuatro horas. Atender a mi madre me crea una tensión contenida que empieza diez días antes de que llegue mi turno y desaparece a las veintidós treinta del domingo.

El sábado amaneció espléndido y lo empecé de la mejor manera posible. A las nueve en punto me encontraba en pista jugando a tenis con un rival con el que siempre disfruto. Así que mi turno con mi madre empezó con quince minutos de retraso. La proximidad entre mi casa, el club y la casa de mi madre me permiten estos ajustes de tiempo.

Para las once estábamos paseando por la orilla del río. A las doce y media vuelta a casa pues las tomas de comida cada tres horas no perdonan. Como a los niños. Ay, el ciclo de la vida otra vez.

Me llama mi hermano. Se había confundido de turno y, mientras yo jugaba a tenis, él le dio su primera comida y su correspondiente dosis de medicinas y se fue. Así que ración doble. Ya me extrañó aquella mirada de mi madre entre sorprendida y aturdida que, naturalmente, no supe interpretar. Lo que sí me imagino es el estupor de mi hermano al llegar a casa y ver que su madre no estaba.

La tarde pasa entre toma y toma; entre lectura y tele. Conversación no hay. Imposible con mi madre por su incapacidad y con mi familia por su ausencia. A las diez llevo a mi madre a su casa y me desparramo en el sofá agotado.

El domingo se repite partido pero el tiempo ha empeorado notablemente. Llueve. Hoy mi madre se queda sin paseo. Quiero despejarme. Me da para una escapadita a la feria del stock. Acudo con mi mujer, que hoy sí está, y su hermana. Increíblemente encuentro el chollo que andaba buscando para lo que queda de invierno y los próximos. Entre tanta gente que llena el recinto veo algunas personas a quienes ya no seguía la pista. Debe ser hace mucho tiempo pues lo noto en sus arrugas. Otra vez el tiempo que pasa. El local está a rebosar y hay cola para entrar. En algunos estands hay carteles que anuncian “todo a 30, 40, 50, 60, 70, 80, 90, 100, o menos”. No lo entiendo. Es la hora de volver.

Por el camino encuentro en la calle unas cincuenta personas agolpadas, una ambulancia y algún policía. Están rodeando a una persona tumbada en el suelo a la que le están aplicando un enérgico masaje cardíaco y le colocan un gotero. Mal sitio para que te dé un patatús, en medio de la calle y lloviendo. Me llama la atención que no lleva ni abrigo, ni jersey, ni camisa, ni zapatos ni calcetines. No soy de hacer preguntas a la concurrencia, así que desconozco los detalles. Por lo menos, si muere -que tenía toda la pinta- lo hará en la Plaza de la Cruz, al lado de la Iglesia de San Fermín y con el cura que había salido –supongo que se disponía a la misa y fue advertido por algún parroquiano de lo que en la calle ocurría- a encomendar su alma, con su casulla morada pues es Cuaresma, y su oronda barriga que, ésta sí, lleva permanente. Y fue esta imagen del cura, allí plantado a la cabeza del tipo tendido en el suelo, rodeado de devotos feligreses cual comandante en jefe, la que se grabó en mi retina. ¡Que poderío!.Eché en falta un: ¡levántate y anda!

La tarde del domingo repitió la rutina del sábado.

Cuando a las diez y media del domingo salgo de casa de mi madre, la calle está vacía y silenciosa. Es entonces cuando libero mi tensión. No puedo evitar –a riesgo de dar con mis huesos en el suelo- dar un saltito con choque de talones en el aire.