2017-03-09

UN ESTADO FALLIDO

Dicen que hay cuatro premisas para considerar que un Estado es fallido: la pérdida del control del territorio o parte de él, la pérdida de la legitimidad en la toma de decisiones, la pérdida de capacidad para prestar servicios básicos a la población y la pérdida de capacidad para la normalización de relaciones con otros Estados.

Creo que no es necesario que se den las cuatro al unísono para que, por ello, se les considere fallidos. Así que habrá que considerar otros parámetros que nos lleven a determinar si un estado es cohesionado y estable o no lo es.

Voy a hablar de un país llamado Reino de España. Lo de reino ya empieza por no gustarme y la manera en la que accede el titular al puesto mucho menos. No solo por ser impuesto por un dictador sino, además, por el pasado escabroso de su estirpe y el presente bochornoso. Y para rematarlo, el Rey es irresponsable, o sea, que no tiene responsabilidad alguna. Tan alto cargo para eso es mucho pagar.

Mi criterio sitúa a este país dentro de la categoría que da nombre a este escrito. Y no precisamente porque sus fronteras hayan ido variando con el tiempo. Podía ser un argumento ya que con la demarcación con la que se le conoce ahora no tiene ni un siglo de existencia.

Tengo que convenir con la idea generalizada de que desde sus albores ha destacado por la picaresca, lo cual parece que tienen a gala. Tal vez forma parte de su ADN. Es la nota más destacada de la tradición española, aunque eso ahora lo han dejado mayormente para la literatura y se han superado. La camada de pícaros ha eclosionado y ahora se cuentan por miles. Se trata directamente de saqueo y de corrupción. Lo malo es que sigue haciendo gracia. No encuentro otra explicación a que, elección tras elección, se siga votando a los mismos corruptos o presuntos. A que las televisiones, la prensa y el cotilleo den cancha y encumbren como  celebridades a cualquier defraudador, a cualquier pícaro o a cualquier funámbulo. Forman parte del paisaje, como un elemento más del folclore. Y una Infanta que no se entera de nada, y le vale.

Con ser mala la corrupción económica y política, también ha llegado a la judicial, lo que le añade un punto más de perversión. No es normal que un Tribunal llamado Audiencia Nacional, heredero de otro llamado Tribunal de Orden Público (TOP) instaurado por el mismo dictador que hizo ídem con la monarquía, juzgue a una Presidenta de un Parlamento soberano, se supone, por aceptar que en Pleno se debata una propuesta. Tampoco lo es que una pelea entre un grupo de provocadores y otro que responde, en un pueblo en fiestas a las cinco de la mañana, acabe con la acusación de terrorismo, lo que conlleva penas de entre diez y quince años de cárcel. En los asuntos de poca monta, en el día a día, puede que la Justicia funcione razonablemente bien, pero cuando tocan intereses económicos, políticos o ideológicos, la Ley es interpretable y elástica. Los que la administran dicen que lo hacen en nombre del Rey, vamos, unos mandados, pero el resultado es a beneficio de quienes les nombran. Estos se enrocan en que la Ley es la Ley y hay que cumplirla y de ahí no les sacan, ya tienen su argumento.

Naturalmente las cosas no ocurren porque sí. No puede haber tanto despropósito si no hay un consentimiento generalizado. Gente mediocre e insolidaria que tolera las tropelías de gente famosa con poder y éxito, que ha convertido la política en una orgía de mangoneo con la desfachatez de quien se sabe impune. A lo sumo la protesta se transforma en chistecitos, bromitas, tuits, en pásalo y ya he cumplido. En el fondo no se piensa en cambiar para mejorar. Piensan que si se vota a los mismos ellos se beneficiarán. Lo demás les da igual. Si se mantienen las bolsas de miseria ellos estarán mejor pues, al excluir del reparto a unos, toca a más. No encuentro otra explicación.

He llegado a la conclusión de que esto no tiene remedio. Quinientos años de picaresca, cuarenta de fascismo y otros cuarenta de pseudodemocracia dan para mucho. Dan para corrupción, estafas, apropiación indebida, prevaricación, malversación, cohecho, fraude a la Administración, tráfico de influencias, amiguismo y lo que cada uno quiera añadir. Con estos mimbres es difícil sostener un estado sólido y democrático medianamente digno de tal nombre.

Esto es para mí un estado fallido en toda regla.









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